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PREGÓN Reverendo Conciliario de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Antequera. Ilustrísimo Señor Alcalde. Dignísimas autoridades Señor Presidente de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Antequera Junta de Gobierno, Hermanos Mayores, cofrades, señoras y señores, antequeranos.
Sean mis primeras palabras, bajo estas naves del Real Convento de San Zoilo, para agradecer al Presidente y a la Junta de Gobierno la sensación de hace siete años; siete años en que pregoné a mi cofradía, a mi Archicofradía de los Estudiantes, y privilegio es del pregonero pasarse un poco quizás, con aquello que más tiene de cerca en su corazón y os confieso, con toda sinceridad, que pocas veces ya me pongo nervioso y sin embargo, nervioso comparezco ante vosotros.. Porque hay momento en que la emoción te atrapa, y entrar de nuevo en este Real Convento, en esta Real Iglesia, lo es.
Se destila la historia, la grande de los libros y la íntima de lo doméstico; en el lugar estratégico, en el nudo de caminos besando el Torcal, en el sagrado semicírculo que forman San Cristóbal, Martín Antón, Santa Lucía y Cruz, precisamente aquí, con la Vega en el infinito horizonte de su belleza, está la Antikaria romana del misterio, está la Antequera eterna del Arco de los Gigantes, la del panteón de Agripa.
A esta Antequera humanista donde se creó la cátedra de Gramática que profesara Juan de Vilches, viene hoy otro catedrático de gramática para cantar las glorias nazarenas de la ciudad que aprendí a querer desde mi niñez de la mano de mi padre, hermanaco que fue del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas, y que todos los años, en esta primavera anunciada, se hace presencia más cercana, si ello fuera posible, en mi corazón. Ningún merito me asiste para ser merecedor del alto honor que me hacéis; sólo me abona vuestra benevolencia y la seguridad que os doy de que hablaré desde mi corazón. En este mismo lugar del Real Monasterio de San Zoilo, pronuncié hace siete años el Pregón de mi Archicofradía de los Estudiantes. En aquel día me puse bajo el patrocinio de la Madre de la Vera Cruz y hoy, con las cuentas del tiempo mas gastadas, vuelvo a hacerlo: Madre de la Cruz Verdadera, elegancia soberana, pureza sin mancha, belleza indefinible, paz para el alma atormentada, seme propicia en este momento en que intentare describir el único y soberbio retablo de la ciudad del Regente Don Fernando; hecha evangelio en la calle, único y supremo evangelio antequerano, destilado en los siglos, en las lagrimas y en las alegrías de los presentes y de los que ya no están. Virgen de la Vera Cruz dadme el tono preciso y la voz adecuada, para que alce al cielo, que anuncia las noches de la pasión, estas pobres palabras que dedico a Antequera en sus hermandades y cofradías, a los hermanacos, a los celadores, a los penitentes, a los capiruchos, a los mayordomos, a los mayordomos de lujo, al hermano mayor de insignia, a todos... en el esfuerzo común de correr la vega celestial que nos espera en la conmemoración y anual y eterna de la Pasión, Muerte y resurrección de Cristo.
La Semana Santa es gloria de Antequera; es orgullo y pasión, penitencia, estética, fe, tradición, es... POR, SU, AMOR, como reza el escudo de la jarra y azucenas, el león y el castillo. Antequera, la de la Semana Santa a la medida justa de su genio, la de la Semana Santa que sólo se parece a sí misma.
Mi presentador ha destilado una serie de méritos que no los son, y que yo le agradezco. Pero si es cierto que durante muchos años me he dedicado a investigar, a estudiar y conocer mejor, la Semana Santa de Andalucía. Y os puedo decir, si error, que la Semana Santa de Antequera es la que ha permanecido fiel a su esencia por encima de cualquier otra. Podemos observar históricamente la evolución y las transformaciones que se han producido en las dos grandes –y digo grandes en el sentido de tamaño, numero y proporción si queréis- en Sevilla y en Málaga. Sin embargo, a la hora de reflexionar sobre que podría yo deciros de la Semana Santa de Antequera que no supierais, que lo sabéis todo mejor que yo, lo único que verdaderamente me ha emocionado de siempre, y más ahora cuando puedo expresarlo, es la esencia y la sustancia de la Ciudad en su Semana Santa, que nunca, nunca, ha dejado de ser espejo de si misma. La Sierra, el Papabellotas, las iglesias, las calles, las gentes... En esa semana retomáis la tradición de siglos y la hacéis permanecer y perdurar en una forma de romper el arco del tiempo, en una forma de que el tiempo sea presente, pasado y futuro, en el instante de su fugacidad. La semana Santa de Antequera, es; vosotros, sois, en un acto sustantivo, nunca en un acto accidental.
¿Qué es la Semana Santa? La Semana Santa es muchas cosas, y yo quisiera hoy presentar el retablo de la Semana Santa de Antequera. Antequera tiene retablos de belleza imposible de describir, como el que está en esta iglesia. Y cada retablo se compone de elementos diferentes, y el retablo de la Semana Santa es el retablo del amor, es el retablo del sacrificio, es el retablo de la religiosidad popular; muchas veces no bien entendida ni bien interpretada, pero que permanece al tiempo y a los siglos. El retablo de la Semana Santa de Antequera, es una sinfonía, una armonía de elementos, es una apoteosis del barroco, es alma de la ciudad. Y las piezas, las columnas, las rocallas, los espejos que forman ese retablo, tiene nombres: desfile de armadilla, recuerdos del barroco, cuando el hermano mayor o el mayordomo tenia que invitar en su casa a todos los que formaban parte de la procesión.
Y hay un documento que yo estudie en la Biblioteca Nacional, que se llama la Tarasca de Madrid, donde se describe perfectamente aquel desfile de armadilla del siglo XVII: “después de comer opíparamente allá que iban a la iglesia a sacar a los santos; que se les decía “santos” y también “sagrados simulacros”. Pues bien; hoy ya no es el mayordomo, hoy es la cofradía. La armadilla se reúne, forma y hace la procesión del deseo. La procesión de armadilla es para mí la procesión del deseo. “¡Vamos, vamos a sacarlos!” Ese desfile por las calles que son el mismo itinerario, es el desfile del deseo, la impaciencia, vamos, venga, que ya, que ya estamos, que vamos a salir, que vamos a salir. Y es lo que cada cofradía vive en la noche en que le toca. El juego del “vamos a salir” y “tenemos que volver”. “Vamos a estar” y tenemos que estar un año dentro. Ese es el corazón cofrade, latiendo en armadilla por las calles de Antequera. Eso es para mí el desfile de armadilla, una de las piezas del retablo de esta ciudad.
Y llega la mañana y el arco del tiempo que yo he roto hace un momento se rompe en el corazón de cada uno. Y llega la mañana y el abuelo, o el padre, o el hermano; “vamos, venga, vamos a amarrar la almohadilla”. Ese es el momento del dialogo mas intimo, cuando el padre, o el abuelo, o el hermano, o el amigo, el pariente, va con el hermanaco a amarrar la almohadilla. Se llega allí, y se encuentra los de todos los años. Algunos vienen de muy lejos, pero están allí. Pero también están los que ya nunca podrán amarrar la almohadilla, porque sólo pueden amarrarla en el cielo. Porque hay un momento de reflejo en que la almohadilla de aquí, esta allí. No sé dónde, pero allí. Y cuando se amarra esa almohadilla en la pariguela, que va a permitir que el peso siga siendo peso, pero con estética; en ese momento en que los ojos del padre o del abuelo te están mirando y te están ayudando a amarrarla; en ese preciso instante se resume la historia de la Semana Santa de Antequera. Cuando el corazón tiene razones que la razón no entiende; cuando los ojos tienen un empañamiento que no se sabe por lo que es; seguramente porque hace sol, y en el momento de amarrar la almohadilla, y en el momento en que te levantas y miras y ves a tu Cristo, y ves a tu Nazareno, y ves a tu Virgen, eso ningún pregonero lo puede explicar. Solo el corazón del hermanaco y del que va con el.
El hermanaco. El hermanaco sostiene con el alma los tronos de Antequera. El hermanaco es la sangre y la fuerza que levanta los monumentos que son los tronos de Antequera, los relicarios donde van las sagradas imágenes de Antequera. El hermanaco, con el faraón y el pañuelo y las joyas de la familia, los recuerdos, los pálpitos de amor. “Anda, toma ésta que era de tu madre; toma ésta que es mía... Toma ésta y llévalo como si nosotros también fuéramos hermanacos, esas joyas te van a ayudar a levantarlo o a levantarla y a seguir con ella, con el ritmo de la horquilla.
Los tronos de Antequera se levantan con el corazón, porque no tienen, como otros, patas para sostenerlos. Se sostienen todo el tiempo con el corazón, el corazón hecho ritmo y cadencia, la horquilla. En mi Archicofradía del Paso y la Esperanza, cuentan, cuentan, que cuando quitaron las horquillas, el guardés se
murió de pena. Vosotros habéis conservado la forma autentica y genuina de procesionar, que es, con la horquilla.
Pensemos en la Antequera barroca; la ciudad a oscuras, el sonido ronco que es música de la horquilla; Los conventos, las esquinas las sombras... La horquilla y el hermanaco. El hermanaco que no sabe de cansancio, el hermanaco que no sabe de otra cosa que no sea, ese amor, el amor por sus titulares. Hermanaco. Piedra angular de la Semana Santa de Antequera. corazón hecho fuerza y músculo, para llevar sobre ti las sagradas imágenes de Antequera.
Y como la ciudad es compleja y la ciudad tiene esencias, al lado de la fuerza del hermanaco, al lado del impulso del hermanaco, y delante de ellos, el campanillero de lujo. Sólo la elegancia es posible para entender los contrastes. Al esfuerzo, al sudor, al sufrimiento, Antequera le pone un campanillero de lujo delante. Os confieso que cuando he visto fotos, cuando he visto películas, en el gesto de esa cabecita con tirabuzones, bajo el faraón – y con aquella definición espléndida que dio El Sol de Antequera: niño o niña que lleva una túnica magnifica bordada en oro, que pesa mucho, pero que no se da cuenta- efectivamente, el campanillero de lujo es la síntesis de la elegancia antequerana. Fíjense que sencillo: túnica de museo... (Cualquier pregonero que venga a Antequera tiene que emplear la palabra museo muchas veces: “son de museo”, son “obras maestras”, “son piezas de arte, de bordados del XVIII, del XIX...) Pero es un gesto. La campana con el lazo, y un gesto es un gesto. Un tirabuzón que sale... Eso es Antequera, eso es Antequera. Un gesto. Y eso es la Semana Santa de Antequera y un mayordomo de lujo: Un gesto. Y cuando ya van todos juntos, el domingo de resurrección, ya no es un gesto, ya es el acabose.
Vosotros lo vivís todos los años, pero quien no lo vive, cae en el asombro. El mayordomo de lujo es el contrapunto a la fuerza del hermanaco. Es como si alguien de una inteligencia y creatividad suprema, hubiera dicho: que sepa el mundo que Antequera tiene fuerza para llevar los tronos y gestos que dibujan un perfume en el corazón.
¿Y el encuentro? El encuentro, los encuentros, del Consuelo y Dolores en Santiago o en la Cruz Blanca; y el encuentro de la Paz y el Socorro, en San Sebastián. ¿Qué es sino el beso de los tronos, que es sino, la elegancia hecha cortesanía, como en aquellos gestos que hacían en el barroco y el caballero se quitaba el sombrero, que es sino dama a frente a dama, señora frente a señora, señora de torneos, señora de bellezas... ¡señora de mi corazón! Qué es ese giro en la plaza de San Sebastián, que es ese paseo cortesano, y al mismo tiempo doloroso, hecho lagrima y gesto y sufrimiento. Qué es sino la dejadez y el abandono en la elegancia, qué es sino girar para que el aire de la Vega y el aire de la Sierra puedan recrear un punto de consuelo. Cuando no hay consuelo posible ante la muerte.
¡Arriba! ¡Arriba! Para levantar el trono... ¡Arriba! Y la cara del hermano mayor del paso de la insignia se congestiona. ¡Arriba, con el corazón, con el alma, con el sueño...! Porque cuando se canta la Semana Santa de Antequera se corre el riesgo de no cantarla como realidad, sino como sueño. La belleza es tanta, que es sueño. ¡Arriba, arriba el trono! Y ¡A la Vega, a la Vega! El ruido, la música, la carrera, el grito, la gente, el trono, las bandas... ¡A la Vega, a la Vega! A mirar al campo... A mirar lo que es más intimo y estrecho de Antequera. Esa belleza que ha cantado Muñoz Rojas: “¡A la Vega, para que la Virgen mire, para que la mire, para que el Campo y la Virgen sean uno, en el grito. ¡A la Vega!” Quizás el origen, aquel Cerro de la Vera Cruz, seguramente fue una dificultad. Había que llegar, había que subir. Y vosotros lo seguís haciendo. Y es único el esfuerzo y el gesto de los hermanacos. Y entonces, toda la Semana Santa, toda la Ciudad, en un instante detenido, se resume en una frase; ¡A la Vega!
¡Que tristes están los cielos!, ¡qué duros son los collados!. No llevan agua los ríos, no llevan las voces cantos, no llevan los mares olas, no llevan los cielos astros. ¿Qué voz gime, que voz llora? ¿A quién llevan caminando? Jerusalén, llora, llora, Jerusalén, tu pecado.
El lirio en forma de lirio, la rosa en forma de llanto, y son las calles las penas, y cada dolor un paso, y cada paso una muerte, y cada muerte un pecado. ¡Ay, el lirio de Judea, con la cruz sobre los brazos! Las fuerzas, que tiene pocas, no pueden con lo cargado. Pesa la cruz, pesa el mundo, sobre los hombros tan flacos,
¿Quién es aquel caballero a quien le manda recado? Le dicen el Cirineo, le dicen que le eche mano; le dice que va deprisa, que le esperan hoy temprano...
José Antonio Muñoz Rojas. La Pasión de Antequera, en el Poema el Calvario.
De José Antonio Muñoz Rojas, gloria de Antequera. No podía faltar el homenaje al poeta; porque el poeta es el que mejor conoce y adivina; el poeta es... el taumaturgo, el mago de la palabra.
Ya los vestidos se juegan sobre la tierra a los dados; Al que le toca, los vende por menos de cuatro cuartos. Ya le reprenden y dicen “¡Que se salve, el que ha salvado!” ¿Milagros, y no por casa? ¡Por casa quiero milagros! “¡Oh buen Rey de los Judíos!, si puedes salvarte, hazlo, que luego es tarde – le dice aquel del siniestro lado-; “sálvate a ti si eres Cristo, y ya a nosotros de paso”.
El dolor y la muerte, la alegría y el júbilo, son la esencia de la Semana Santa como realidad compleja. Cada uno nace donde le toca y en la familia que le cabe en suerte. Y si eres de Antequera, tienes muchas posibilidades, tienes muchas papeletas para que vengas al mundo en una casa donde hay cofrades. Y no me refiero solamente a esos cofrades en activo, de los que pertenecen a las Juntas de Gobierno, de los que se esfuerzan y trabajan por aquello en que creen de una forma , si queréis más constante. Me refiero, a los que se “lo pasan bien” en Semana Santa. A los que se ponen la túnica por razones diversas y misteriosas, a los que compran “cedes” de marchas, a los que se siente en la celebración con mayor celebración con mayor dosis lúdica que penitencial, y a los que la siente con mayor dosis penitencial que lúdica. Los unos y los otros, sumados, juntos con los que no entran en la celebración ni de lejos ni de cerca, pero que están, formamos un conjunto social complejo y no reducible a tópicos. Somos los actores y los espectadores de la gran representación, del gran teatro, del gran retablo que ocupa estas calles durante una semana y altera el ritmo, el orden, el perfume y el color de la ciudad y rompe la rutina. La Semana Santa crea una nueva Antequera; todos los años la misma y todos los años distinta.
Todo cambia en la ciudad. La tradición familiar te hace cotidiano un lenguaje y yo buen cuidado que he tenido de repetirme mientras venía para acá: “Nazareno, no; nazareno, no; penitente. Nazareno, no; penitente”. Porque como vas a decir en Antequera “nazareno”. El pregón se hubiera venido abajo. Penitente... Pero claro, yo llevo escuchando “nazareno” desde antes de que sabía hablar... Pues nazareno, no; penitente. Pues eso. La tradición familiar te hace cotidiano un lenguaje, unos ritmos, unos modos que te explican de manera tan profunda la Semana Santa. La explican viviéndole, y no necesitan de teorías para definirlas. Es la gran celebración que, como en la novela de Marcel Proust, nos lleva a otros días, otros tiempos y otras personas que ya no están. Se recuperan las sombras más queridas, y los gestos de siempre. En estas sombras entrañables hay mucho de atavismo y de prolongación del afecto. Ellos lo hacían. Ellos lo hacían. Y se debe seguir el camino trazado, de forma irracional, pero poderosa. Poderosa. Por lo que murieron con una medalla, o con una estampa, o con un nombre en los labios. A ellos y a ellas nos debemos.
Olía a azahar y olerá a azahar. Y no es un recuerdo poético, sino una realidad en cada esquina. En la casa se empezaban a preparar otros platos, otros paladares que asombraban. El sabor de los pestiños, de los roscos, los palillos y las empanadillas, contrastaba con el potaje de bacalao y el pió. El arroz con leche, también lucía su costra de canela. El incienso se escapaba por debajo de las puestas de las iglesias y todo este olor se une a la suma de los sentidos sorprendidos porque la Semana Santa es la apoteosis de los sentidos, y se contaban los días con el corazón más que con los relojes, y con esa dimensión temporal se hacia todo elástico, se relajaban las cosas, las clases rememorando cada uno cuando estábamos en las clases, se agotaban en el azul, que todo lo invadía. Llega la vida, llega la Primavera, llega la muerte, llega el dolor, llega la Semana Santa. Los ojos se escapaban por las ventanas, buscando las noches en las que, por primera vez –todo ha cambiado mucho-, las muchachas no tenían horas demasiado fijas para volver. Es la contradicción, la que se encuentra en la esencia de la Semana Santa; muy aguda contradicción, porque las tensiones del momento histórico barroco produjeron una celebración pasionista que reúne elementos heterogéneos y todos validos y que no deben ser suprimidos unos en beneficio de otros. La Semana Santa sigue siendo en su esencia barroca y, por lo tanto, contradictoria. Estas tensiones son fundamentales para el desarrollo de la fiesta. La transgresión de la norma establecida en el rito secular, esta en la base de su propio equilibrio, en el centro de su identidad como teatro y como ideología, como forma externa y como visión de la realidad. La Semana Santa es un mensaje de significado plural que se construye en su propia realidad y mantiene la vigencia de su tiempo en el tiempo de la historia, en el tiempo de Antequera, en el tiempo del corazón, en el tiempo de cada uno. Como un poliedro, como un prisma de caras iguales pero diferentes según la intensidad de la luz con la que le da, la Semana Santa de Antequera se recrea en su propia complejidad, se complace en sus contradicciones, en los significados polisémicos de sus ritos, en el devenir de su tiempo, repetido en el ciclo litúrgico, en el ciclo de la primavera, en los relojes, en los relojes del ser y del existir. Se anuncia la celebración en los carteles, en los pregones, en la proclamas, en los cultos. Es el preámbulo. Este pregón es un preámbulo. Un pregonero es el telonero de los que será después la realidad única de la Semana Santa. Y el pregonero al fin y al cabo lo que hace, como dice el diccionario de la Academia, es alzar su voz y proclamar aquello que cree y en lo que creen, en lo que creemos todos, en lo que sentimos todos.
La Semana Santa es plural. La ciudad se viste de olores nuevos. La gran celebración, el bullicio, y el silencio, se dan la mano. Es la ceremonia de los contrarios. El roce de los pies que casi no se atreven por no romper el gran momento, o el roce de los pies en carrera, para tener el gran momento. Música acompasada. El roce de la túnica. El hábito anual que será el ultimo vestido. La túnica en la cama, como si fuera un novio o un torero. Hay que estrenarlo todo. Ese día, hay que estrenarlo todo. Las manos que ponen los pliegues. El recuerdo de quien te lo ponía y ya no te los puede poner.
Nueve formas de entender, nueve formas de vivirlas, nueve formas de transmitirlas: los nueve guiones de las nueve cofradías y hermandades y Archicofradías que constituyen la Semana Santa de Antequera. Es el triunfo de Trento, que duda cabe. El triunfo de Trento, llevar a la calle... el Evangelio según Antequera. Movere et conmovere ánimi. Mover y conmover el alma, viendo la pasión de Cristo, los dolores acervos de su Madre y el triunfo en la Resurrección.
Son las notas de un miserere que nos espera en la vuelta de cualquier camino. A lo lejos. El camarín, la plata, el terciopelo... y en el centro, la Virgen. Pero el pueblo, o sea todos, todos, que sabemos lo que es el dolor, también sabemos dar belleza para mitigarlo. Dar belleza. Es lo único que podemos hacer. Después, el corazón de cada uno vivirá su Semana Santa. Y cada uno hablara en los diálogos mudos de las esquinas, de las puertas, de las luces y de las sombras. Pero no nos queda mas que la belleza, Señora, Jesús, para mitigar un poco tu dolor.
En las ordenanzas de Antequera de 1.531, se habla de la Hermandad, de la Cofradía de la Vera Cruz, como la más antigua. Y desde esas ordenanzas hasta la fecha se han ido sumando, y también restando, cuentas del Rosario de la Semana Santa de antequerana. Flores de pasión que han nacido, y otras se han marchitado. Lo verdaderamente asombroso es contemplar como la ciudad permanece fiel a sí misma en su Semana Santa, como ha conseguido se fiel a sí misma, y el gran teatro, el gran retablo del que yo os hablaba al principio se inicia cuando el sol rompe el Domingo de Ramos.
La Cofradía de Nuestro Señor a su Entrada en Jerusalén y Maria Santísima de Consolación y Esperanza. La escuela de cofrades antequerana; esa escuela donde van los niños con palmas y no se sabe si el desorden –que no es desorden que es alegría-, lo provocan los niños o los padres que acompañan a los niños. Yo le tengo un gran cariño, un gran cariño, a esos mayordomos, a esos celadores, a esas personas que va poniendo orden en la tribu infantil, “Niño, anda hijo, ponte aquí, venga”. Los que somos nazarenos –quizás la única ventaja que tiene el pregonero es que es nazareno desde que tiene memoria-, sabemos lo que es eso.
Jesús entra en Jerusalén. Jesús triunfa por una vez. Cuando entró por el arco, la ciudad le aclamó y le ofreció palmas y olivos. Cuando siglos después el emperador Heraclio entró por el arco llevando el lignum crucis, el arco se derrumbo y una voz dijo “No eres digno de entrar, llevando las insignias imperiales”. Y por eso Heraclio se despojó y entró en camisa, y de rodillas. Así por el Arco de los Gigantes imaginario que nos lleva a la Antequera de siempre, entra Jesús en el pollino. La pollinica, la escuela de cofrades. El único momento en que la Virgen pudo sonreír, el único momento en que Jesús pudo olvidar un punto lo que le esperaba. Pero después llega la Oración del Huerto. Cofradía esta... y estos datos comprenderéis –que yo no engaño a nadie- me los han dado, yo no conocía a Don José Moreno Gutiérrez, que en el año 50 la organizó, pero tengo que citarle como tendría que citar a todos y cada uno de los hermanos mayores, a los hermanos mayores de la Agrupación y de cada Cofradía... Después del apoteosis, la Oración del Huerto. Todos dormían. Solo, fuiste más humano que nunca , porque tuviste el valor de pedir “Aparta de mí, ese cáliz”. Jesús, Dios y Hombre, pide “aparta de mí ese cáliz”, mientras que el ángel señala no se sabe muy bien qué, y la noche se espesa, y todos los olivos de la Vega son el olivo que está en el Huerto de Getsemaní. La entrada, la alegría; el sufrimiento, el sudor y la sangre. Jesús sudó sangre y acepto lo que venia después.
Antigua Virgen de Consolación y Correa, antigua imagen de gloria, hoy Nuestra Señora de Consolación y Esperanza, co-titular de la Cofradía. Imagen que expresa ese punto al que me refería antes. Sólo ella puede expresarlo. Después las lagrimas serán ríos, los ojos serán espejos turbios, las manos se cruzaran hasta que la sangre se señale en las venas y en los nudillos, o se abrirán en el gesto de impotencia, o serán Quinta Angustia, recogiendo la losa fría de su propio cuerpo... Las Vírgenes de Antequera, cada una distinta; cada una provocando a la pasión, a la oración, al recogimiento, a al apoteosis, al aplauso, y al piropo y al vitor. ¿Por qué no? ¿es que acaso el ser humano es plano? No lo es. Y puede pasar del dolor a la alegría. Y Dios lo entiende. Dios, estoy seguro, y vosotros también, que lo entiende.
Y el Lunes Santo la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Sangre, Santo Cristo Verde y Nuestra Señora de la Santa Vera Cruz... y me vais a permitir que le diga a las camareras que están cada día más guapas. Y no pasa nada por decirlo en este espacio sagrado, porque la Virgen lo acepta como lo que es; sois un mero reflejo de Ella... Pues bien; esta Archicofradía, y en este lugar donde pregoné hace siete años, es la más antigua y la que resume la historia de la Semana Santa antequerana. Yo no quiero caer en daros datos que conocéis mejor que yo. No voy a hablar de las refundaciones, uniones y fusiones. Lo que sí esta claro es que en los títulos está el origen. Porque el origen de la Semana Santa en la baja Edad Media, es la adoración de la Veracruz y la Sangre preciosísima de Nuestro Señor Jesucristo, que en nuestro escudo está: las llagas de los estigmas de San Francisco, que son la sangre de Jesús, en la interpretación que da la teología medieval.
La Archicofradía se cimenta, la Archicofradía casi se deshace, pero la Archicofradía vuelve a renacer sin haber dejado de ser en los cultos internos, pero vuelve a salir a la calle: Federico Anglada, Joaquín Franquelo, la familia Muñoz Rojas. Y bajo palio, bajo palio nuestro Padre Jesús Nazareno de la Sangre. Bajo palio, doblado por el peso en el abrazo de la cruz, sabiendo Antequera, que cada año se eleva un poco más, y que como dice la leyenda cuando sea Cristo Nazareno Jesús recto, el mundo se acabará. Así dice la leyenda, que nuestra imagen de Jesús Nazareno del Sangre, se va incorporando. Se va incorporando por el amor de sus cofrades.
Jesús abraza a la cruz, y te abraza, como se dicen en Andalucía, “al revés”. Un nazareno con la cruz al revés, pero tiene una simbología excepcional. El abrazo del Nazareno de la Sangre es el abrazo a la Pasión, el abrazo a la cruz. Él, el nuevo Adán, nos abraza a todos en ese momento. Y por eso, ante el dolor, y ante el peso, y ante el sufrimiento, y ante la elegancia de la túnica, los estofados... por eso Antequera, lo pone ¡bajo palio!
Hasta mediados del siglo XX, cuando alguien fallecía en Antequera, la primera misa se decía delante del Señor Verde, del Cristo Verde. El Cristo Verde de Jerónimo Quijano, que representa a Jesús clavado en la cruz y muerto.¡Qué terrible es Dios en sus consejos sobre los hijos de los hombres, que profundo en su juicio! ¡Qué admirables sus determinaciones, abismos insondables, tesoros incomprensibles, pesos y balanzas por su rectísima equidad! Ante el Cristo Verde, ente el Cristo muerto, solo se puede rezar... Su profundidad, no nos permite comprenderlos; su grandeza nos precisa a veneralos y su terribilidad nos obliga a temerlos. A este inmenso caos de los divinos juicios, corresponde la voluntad de Dios secreta y ocultísima, sobre el determinado numero de futuros, entre el infinito de los posibles, con el cuándo de su existencia y el espacio de su duración, hecho brazos, hecho pies clavados por la cruz... hechos sangre, hechos piel macerada... Cristo Verde. El espacio de su duración. El arcano que contradice el cuerpo indefenso, exangüe, destruido hasta el limite del dolor, y quebrado... pero sin romperle un hueso. Cristo Verde, con los blandones de tu trono. Los cuatro blandones de tu trono. Cristo Verde, que tienes la suerte de estar más cerca de la Madre de la Vera Cruz.
Escultor Jerónimo Brenes, decía la ficha técnica. La realiza en 1.613; se policroma, después, en 1.614 por el pintor Gabriel Ortiz. Los datos.¿Y qué son los datos? Para nosotros, sí; para todos, sí. La historia, para el historiador, para el filólogo. Y dice la ficha, la ficha técnica que es fría: “extraordinaria belleza e intachable ejecución”.
La ficha... ¿qué nos dirá el corazón? ¿Qué no te dice el corazón Madre de la Santa Vera Cruz, si el profesor ha puesto con la fría asepsia del investigador “extraordinaria belleza e intachable ejecución”? Doblas, inclinas la cabeza. Ya no tienes nada. Ni lagrimas, simplemente puedes sufrir en el silencio de tu elegancia hecha palio con bambalinas del siglo XVIII. Hecha manto con el escudo de la Archicofradía. Hecha incienso. Hecha amor. El pañuelo. Es otro detalle. Espuma hecha encaje. Oración hecha tela. Batista, suavidad. Virgen. Madre. Encaje. Relicario. Vera Cruz. Antequera.
Cuentan que los árabes robaron imágenes en las guerras que se tenían en el Norte de África, y que reinando Su Majestad Don Felipe IV. Los trinitarios pagaron tributo por esas imágenes. Esas imágenes llegaron a la Corte, rescatadas, y se repartieron entre las familias. El Rey otorgó al Duque de Medinaceli, la imagen de un Cristo que va con las manos atadas, mirando al frente. Va en un momento en que la Biblia da dos posibles interpretaciones; si fuera vestido de blanco, seria el Jesús loco con que lo vistió Herodes; al ir vestido de color morado o rojo, según las advocaciones en España, representa el momento en que va ya plenamente en lo que es la Pasión hacia el Calvario. Venerable y Real Cofradía de Nuestro Padre Jesús Rescatado y Maria Santísima de la Piedad y de las promesas de Antequera. De las promesas de Antequera. Imagen devotísima, cuando se ve los cientos de personas que te acompañan, con la vela, formando filas interminables, cuando se puede entender esa fe sencilla que pide... -¿qué sabemos lo que pide cada uno?- Jesús del Rescate, Jesús de los Trinitarios, Jesús del rió de las promesas de Antequera. Jesús... del “niño”, de Manolo, que todos los años la Cofradía tiene... y lo vuelvo a repetir, el “detalle”, el “gesto”, de acercarse a su casa y que le canten una saeta, y que Manolo, en su diálogo particular, que lo tiene; en su mundo particular, que lo tiene; te vea cerca... Otro “detalle” más. Otro pan de oro más, para el retablo de Antequera.
La Virgen de la Piedad. La Virgen de la Piedad imagen del siglo XIX, no llevaba palio, hasta que doña Candelaria Ruz Prados y don Jesús Romero Benítez tuvieron el detalle –volvemos a los “detalles”-, Uno de dibujar. en el más puro estilo antequerano, estilo antequerano, y la otra, de bordar y diseñar. Los varales del palio, los canutos y los nudos, que se van a repetir a lo largo de la semana, forman el relicario para la Señora de la Piedad. Piedad y perdón. Es lo que se pide esa noche del Martes Santo a Jesús Rescatado: piedad y perdón. Y también trabajo, y salud. Y Jesús Rescatado es la estela de penitencia que llena Antequera; la esperanza en el momento súbito de la petición. El amor hecho manos que no pueden separarse... ¡Rescátanos, Señor, rescátanos cada Martes Santo en esta ciudad tuya!.
Y llega el Miércoles. El Miércoles, la Ilustre y Real Cofradía del Santísimo Cristo del Mayor Dolor y Nuestra Señora del Mayor Dolor. Cuando yo era niño y venía a Antequera –venía con más frecuencia, mi padre nos traía mucho- a mí siempre me producía una enorme impresión la imagen del Cristo del Mayor Dolor, en el suelo, tirado por los suelos, tirado por los suelos... cuando la veía en la iglesia de San Sebastián. Es casi imposible imaginar un momento de mayor debilidad, humildad, dolor y abandono. Está por los suelos. Y después, en la procesión, el sayón se ensañara sobre esa piel que son surcos de tierra de la Vega y amapola. Está por los suelos. Intenta recoger la túnica. Cubrirse. Y una y otra vez, los latigazos caen sobre sus espaldas, salpicando de sangre las lozas del Pretorio. Y una y otra vez el Cristo del Mayor Dolor es llevado por sus hermanos honorarios, acompañados por el himno, acompañado y seguido por la ciudad entera... Pero lo importante, lo verdaderamente importante es la cara del Cristo del Mayor Dolor, cuando el pelo es la masa bellísima pero informe del sudor y de la sangre, y tuvo razón don Andrés de Carvajal, si señor, su escultor, cuando le pidió al Cabildo “cuando yo me muera, ahí tenéis la imagen, tocad las campanas como si fuera canónigo igual que vosotros, porque he sido capaz de plasmar el acabamiento, la humildad, el sufrimiento en el dolor, para Antequera entera”. Cristo del Mayor Dolor.
A tus pies, sobre una nube, el manto de la Virgen te cobre. Es un angelito. Un angelito. Se podría escribir un pregón entero sobre los ángeles de Antequera. Los de madera policromada y los que salen en cada procesión. Hay un angelito a los pies de la Virgen del Mayor Dolor, y la túnica lo cubre. Se señala que es un rasgo de Andrés de Carvajal. Pero yo le doy otra lectura, porque claro, en la Semana Santa damos las lecturas que nuestro corazón nos mueve... El angelito no la quería ver llorar, y por eso se tapa con el manto. Hay otro angelito que no. Uno sí, otro no. Otro detalle. La virgen del Mayor Dolor, que como sabéis es una imagen que no se concibió en su momento para ser procesionada, es una imagen bellísima, de bellísimo estofado, riquísimo ropaje tallado, sin embargo nos presenta su belleza, un angelito que llora y sus manos, sus manos sobre el pecho. Ni así, ni abiertas... Sobre el pecho. Dando paz y bendición. A pesar de que es la Madre del Mayor Dolor.
Había, tres jueves en el año que relucía más que el sol: Jueves Santo, Corpus Chisti y el día de la Ascensión. La historia es la historia; el tiempo tiene su lógica. Por lo menos nos queda el Jueves Santo. El Jueves Santo cuando sale el Santísimo Cristo de la Misericordia y la Madre del Consuelo, cuando salen de San Pedro. Un cofrade de esta hermandad es persona a la que tengo grande afecto; lo recuerdo en este momento. Cofradía que presenta originalidad, porque en las Cofradías, somos dados también a la originalidad. Después se convierte en tradición, pero... salir de dentro, con toda la hermandad formada, o que la Virgen lleve candelería, son originalidades, son formas diferentes de entender y de interpretar. El Santísimo Cristo de la Misericordia, del siglo XVII, procede de la Cofradía de Animas y se atribuye al circulo de Pedro de Mena, que es el escultor del sueño de Málaga.
Vosotros tenéis la suerte de que no tenéis que vivir del sueño; nosotros, sí. Fernando Ortiz y Pedro de Mena son los grandes nombres de la imaginería que se hace en Málaga, y sabéis que se perdieron, sus imágenes se perdieron. Algo se conserva. Por eso, cuando tu tienes la posibilidad de cantar una Semana Santa como la de Antequera, donde esta todo donde tiene que estar, donde no tienes que hablar de fuegos, ni de perdidas, ni de destrucciones que la locura del corazón provocan, no os podéis imaginar, eso no lo podéis comprender, lo que se siente. Este Cristo, muerto, en la elegancia de esa escuela que no es patética sino que es serenidad en la muerte y el recogimiento; ese Cristo que va acompañado por una dolorosa que mira al frente, que es Nuestra Señora del Consuelo. Forman una Cofradía singular, esa cofradía que va a tener esa noche el encuentro con la Virgen de los Dolores; va a producirse ese encuentro. Cofradía que tiene un enraizamiento antiguo y lleno de valores en la Semana Santa y en ese día de Jueves Santo.
El día que sale también la Venerable Cofradía de Servitas de Maria Santísima de la Dolores, origen en una Cofradía del Rosario. El Rosario devoto, tiene una importancia enorme, lo mismo que los conventos, en el origen de la Cofradías: fue el clero regular, mas que el secular, lo que ocurre es que después la desamortización de Mendizábal hizo desaparecer muchas cofradías y otras se tuvieron que quedar, se convirtieron en parroquias. Del Convento de Nuestra Señora de Belén.
Cuando preparaba el Pregón, me acordaba de lo que nosotros ya no tenemos, y entre otras cosas que no tenemos, ya no podemos tener esas peanas barrocas y rococós que vosotros paseáis. Cristo amarrado a la columna, con su peana de carrete en madera dorada del siglo XVIII. Bellísima. Única. Única en su estito, en su forma. Cristo de pie, amarrado a la columna. Antes, en la cronología de nuestra Semana Santa y en la pasión particular de Antequera, Cristo en el suelo, cogiendo la ropa después de ser herido en la columna. La escultura de Cristo amarrado es de pleno barroquismo. ¿Qué se pretendía y que se pretende, sino provocar la emoción y el sentimiento? Y detrás Jesús Nazareno del Consuelo, conocido como el Cristo caído, caído, en un momento de la tradición del arte que era muy manierista y después se barroquiza, en el equilibrio inestable de caer y no querer caer. Cristo cae y no quiere caer, y cae tres veces, y no quiere caer. Y la mano se acerca para no dejarse caer del todo. La cabeza de Cristo que es de Mora. Jesús camino del Calvario en la primera caída. La pierna se flexiona, la rodilla se apoya en el suelo, intenta amortiguar el golpe, mientras que con la otra mano, sujeta la cruz.
Que fino es el rostro de Nuestra Señora de los Dolores. Que fácil y que difícil es buscar un adjetivo para cada cofradía y cada espacio. Que fino es tu rostro, con las cejas inclinadas en la sorpresa y en el dolor. Imagen del siglo XIX, cabeza hacia la derecha y un trono... ¡qué trono! El ajuar de orfebrería y bordados; el manto de terciopelo negro; los dibujos de Alejandro Rubio... ¡Claro! Para ustedes es lo más natural del mundo... ¡lo más normal, claro!: ¡Pues sí, de Alejandro Rubio de 1.795. ¡Pues anda! ¡A ver quien puede, a ver quien puede! Esa es la historia, hecha historia y mantenida como tal, y no historia “que fue y que hay que recrear”. El manto, el palio, las varas, las coronas... Podríamos estar aquí muchísimo rato hablando de las coronas que llevan las Vírgenes de Antequera... No os podéis imaginar la belleza de esas coronas, cuando se ven sobre tan delicadas cabezas en la Semana Santa única de Antequera.
Y llegamos al Viernes. El Viernes. Arriba y Abajo. ¡A la Vega, a la Vega! Pontificia y Real Archicofradía del Dulcísimo Nombre de Jesús y Nuestra Señora de la Paz Coronada. La que esta mas cerca de mi Dulce Nombre de Jesús, porque los dominicos fundaron y mantuvieron y alentaron la fe al Dulce Nombre de Jesús. Esta Archicofradía que se conocía como la “del Niño Chiquito” tiene un templete de madera y plata, con ángeles que guardan al Niño Perdido. El Niño Pasionista. El Niño que lleva una cruz en la mano. El Niño que sabe que va a morir. El Niño que “ve” la película de su muerte. La cabeza inclinada, mirando al cielo. El Niño que hacia pajaritos de barro y después le infundía el aliento de su vida. El Niño de los cuadros de Murillo. El Niño de San Juanito. El Niño de la pintura... El Niño del Dolor. El Niño Perdido.
Diego de Vega realizó la imagen soberana del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. En su peana, del siglo XVII, de madera y de plata, con la túnica morada de la penitencia, con la cruz de plata... porque volvemos a la belleza: solo podemos darle la belleza; no podemos darle más que nuestro amor, nuestra devoción, nuestra fe... y la belleza. Dulce Nombre de Jesús Nazareno.
¿Quién te hirió, Nazareno? ¿Quién se atreve a poner en tus hombros cruz pesada... a ensangrentar tu frente bien amada? ¿Es que nadie al mirarte se conmueve? Vas cargando las penas, carga leve para tu amor; tu carne destrozada sucumbe por los golpes mancillada... Es tu rostro marfiles sobre nieve... Quiero borrar mis culpas de tu pena. ¡Bendíceme! Pues eres pastor santo, vas hacia el Gólgota. Cumples tu condena. Cuando mueras nos cubrirá tu manto. El Dios viviente cae mientras asciende y el sol se oculta ya sintiendo llanto.
Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Cristo crucificado, Cristo para hablar. Cristo para mirar de cerca. Cristo para sentir.
Nuestra Señora de la Paz. Miguel Márquez García. Seguramente tocado como en la leyenda; seguramente tocado por una inspiración absolutamente celestial, fue capaz de estilizar los rasgos, hasta llegar al punto de equilibrio, imposible de explicar, pero si de sentir, de Nuestra Señora de la Paz. Y sus hermanos, allá en el siglo XIX le pusieron las barras o varales de palio, tres, tres, tres y tres, en cada esquina. Y los bordados se hicieron más brillantes si cabe. Y el terciopelo. Y la corona. Y el lujo que no es lujo, sino oración. Y la Virgen de la Paz, la Virgen de la Paz que fue coronada en 1.988, -y permítanme ustedes una pequeña confesión personal: quería venir, pero ese día mi madre se puso enferma; siempre recordare ese día, porque no pude venir-. Doce varales, de tres en tres. Justa la medida y justo el paso. Justo las horquillas y justa la noche. Paz para el alma. Paz. Estela. Y Vega, vega. Flor en la vega. Luz en la vega. En la cuesta. En la noche. En la noche del Viernes Santo.
Sacramental, Pontificia, Real e Ilustre Archicofradía de la Santa Vera Cruz en Jerusalén, Nuestro padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora del Socorro. Paz y Socorro. Los ángeles sostienen la Cruz de Jerusalén. La cruz de plata. El paso alegórico. El símbolo. La Cruz de los caballeros que defendieron los Santos lugares. Y Jesús Nazareno, del templo de Santa Maria de Jesús, con la Cruz y el Cirineo, y en el momento en que se encuentra con la mujer Verónica. “Durante mucho tiempo te he seguido. Las hemorragias me hacen impura. Por eso me he puesto aquí, a la vera del camino. Entre el polvo y los rastrojos, donde nadie me podrá decir nada. Quiero verte los ojos, Jesús Nazareno. Ya vienes. Te rodean... No te voy a ver los ojos. Sin embargo, aquí estoy, con un paño, para secar la sangre. Te miro a los ojos. Te seco la sangre y queda tu cara, como el mejor regalo para mi soledad, como el único regalo para mi angustia y dolor”. Jesús Nazareno con la cruz a cuestas sigue por la vía dolorosa de Antequera.
Virgen del Socorro. Equilibrio entre la renovación del momento en que se produce la divina imagen y la tradición. Virgen del siglo XVI, el palio de mayores proporciones de la Semana Santa antequerana. El patrimonio en la calle, la plata en la calle, los bordados en la calle, el Socorro en la calle. El museo municipal se queda temblando, con las vitrinas vacías, porque salen las platas de Antequera, que son las platas del Perú... ¡A la calle! En el Socorro, en la calle, ¡en la noche del Viernes Santo!.
Eres una pirámide de dolor. Sostienes la muerte. Ya no hay mas que decir. Quinta Angustia. Los brazos se te adormecen. El se escurre. Va a caer. ¡Dios! ¡Tanto dolor, tanto sufrimiento, tanta sangre...! Quinta angustia. Ya me lo dijo Simeón: siete puñales te atravesaran el corazón. Quinta angustia. Como contrapunto, como contraste, como contraste. Y Jesús, muerto; Jesús, muerto, en la urna rococó en la que vas. En esa urna que se tardó más de un siglo en hacer y cinco artistas fueron menester... En la losa, te ha ungido Nicodemo.
De allí vengo, El alma hecha pedazos. Sobre la piedra mis cansados brazos se han quedado dormidos y ahora temo que este recio dolor en que me quemo, me consuma al quedar sin tus abrazos...
“Lo que hiciste con Lázaro, haz conmigo. Mi Niño, mi Jesús, no vuelvas tarde”. Esas son las palabras, las palabras que están en los labios de la Soledad, de la Virgen de la Soledad que lleva los clavos en la mano; de la Virgen de la Soledad con la que el gran teatro y el retablo se cierran esperando el Domingo de Resurrección, que será el Domingo del Arco Iris, en el que todas las cofradías, los mayordomos de lujo, los guiones, la alegría acompañen a Jesús Resucitado.
Con mis pobres palabras, con mis torpes medios, he intentado describir el retablo único de Antequera. Y quiero terminar, eligiendo un momento: el encuentro de la Paz y el Socorro. En el ángulo exacto, en el punto en que la noche se distiende para durar una eternidad, y las piedras de la Historia de Antequera se ponen de puntillas, y las esquinas se ponen de puntillas para asistir al saludo y al encuentro al paso de los hermanacos, a los que están y a los que no están, entre el aplauso y la gloria, la gloria en la tierra hecha belleza de Madres amantísimas.
Muchas gracias. |