Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(2001) D. Manuel Pérez Artacho

 

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE ANTEQUERA

 

PRONUNCIADO EN LA CONVENTUAL IGLESIA DE BELEN EL DOMINGO DIA 1 DE ABRIL DE 2.001

 

POR

 

D. MANUEL PEREZ ARTACHO

 


 

Datos biográficos de D. Manuel Pérez Artacho

Manuel Pérez Artacho, nace en Antequera el 12 de Julio de 1.936, sus padres fueron Manuel y Agustina.

 

Se cría en la portería de la Iglesia de San Francisco, acudiendo de niño al cercano colegio de Ntra. Sra. de la Victoria y posteriormente al colegio de los Padres Carmelitas.

 

Con diez años se marcha al Seminario de Málaga donde cursa los estudios eclesiásticos.

 

Fue nombrado Superior del Seminario de Málaga en el año 1.960. En el año de 1.965 realiza  estudios en el Instituto de Pedagogía Sacerdotal  “Juan XXIII” de Madrid, dependiente de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades.

 

Al terminar estos estudios vuelve al Seminario, siendo nombrado Vicerrector, cargo que ocupa hasta el 1.971, que marchó a la Universidad Pontificia de Comillas, donde obtuvo la Licenciatura de Teología. En el 1.972 se marcha a Roma a la Universidad Lateranense, donde realiza el Doctorado en Teología Moral.

 

En el 1.975 contrae matrimonio con Dª. Presentación Artacho López, fijando su residencia en Málaga. Tiene dos hijos.

 

Desde el año 1.975 ha sido empleado de la Caja de Ahorros Provincial y posteriormente de Unicaja, desempeñando su labor en el Departamento de formación de Personal de la misma, hasta el 30 de Junio del año 2.000, en el que se jubila.

 

Comprometido en la vida y acción cristiana de matrimonios que integran los Equipos de Nuestra Señora, desde hace veinticinco años. Lleva un grupo de formación permanente en su Parroquia. Forma parte de la Coordinadora Diocesana de Catequesis de Adultos, en la que sigue actualmente.

 

La buena lectura, la fotografía y la buena música son sus aficiones primordiales.

 


 

PREGÓN

 

Cristo, a pesar de su condición divina

no hizo alarde de su categoría de Dios;

al contrario, se despojó de su rango

y  tomó la condición de esclavo,

pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera

se rebajó hasta someterse incluso a la

muerte, y una muerte de cruz.

 

Por eso,  Dios lo levantó sobre todo,

y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”;

de modo que al nombre de Jesús

toda rodilla se doble

en el cielo, en la tierra y en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre” (1)

 

 

 

Este texto, con que he querido abrir mi Pregón de la Semana Santa de Antequera para el año 2001, pertenece a la Carta de San Pablo a los fieles de Filipo.

Y lo he escogido porque encierra en sí todo el Misterio Pascual de Cristo, que yo hoy, modestamente, vengo a proclamar.

 

Iltmo. Sr. Alcalde Presidente del Excmo. Ayuntamiento de Antequera,

Rvdo. Arcipreste de la Ciudad,

Rvda. Madre Abadesa y Comunidad de Clarisas del Convento de Belén,

Sr. Presidente de la Agrupación de las Hermandades y Cofradías,

Miembros de la Junta Permanente,

Hermanos Mayores de las distintas Hermandades y Cofradías,

Venerables Hermanos Cofrades,

Señoras y señores.

Amigos,

 

INTRODUCCIÓN

 

Hace ahora unos diez o doce años -no podría recordar la fecha exacta-, la Agrupación de Cofradías me invitó a ser en aquel año el Pregonero de la Semana Santa de Antequera.

 

Renuncié entonces a tal honor porque, entre otras razones, dada mi larga ausencia de mi ciudad natal, no tenía suficiente conocimiento de nuestra Semana Santa como para echar sobre mis hombros la enorme responsabilidad de pregonar ante todas las Cofradías y todas las fuerzas vivas de la ciudad y todo el pueblo, las excelencias de nuestra Semana Santa.

 

Hoy me encuentro, por fin, ante vosotros, accediendo a la reiterada invitación, para tratar de exponeros mi pensamiento y mi sentir ante tanta majestuosidad y tanta grandeza.

 

Y no es menor hoy mi temor y estremecimiento cuando en el transcurso de estos años han ocupado esta Tribuna tan grandes personalidades, hombres o mujeres, excelentes oradores, cuya relación todos

conocéis y que resultaría prolijo enumerar: Antequeranos, unos; de ascendencia antequerana, otros; cofrades e invitados, todos ellos enamorados de Antequera y que pusieron en su disertación lo mejor de su sabiduría y de sus sentimientos, para pregonar y proclamar la grandeza de nuestra Semana Santa.

¿Qué puedo deciros yo  que no os hayan dicho ya mis predecesores, mucho mejor que pueda hacerlo yo? ¿Qué puedo  decir de nuestra Semana Santa que no conozcáis vosotros mejor que yo?

 

No obstante, la confianza que habéis puesto en mí, que agradezco de corazón a la Agrupación de Cofradías, mi fe y la gracia de Dios que imploro y he implorado durante este tiempo de preparación, me ayudarán a exponeros mi pensamiento y de prestar mi voz y mi palabra  a exaltar la majestuosidad y grandeza de la Semana Santa de Antequera.

 

Evocando, pues las palabras de San Pablo, yo diría “Por la gracia de Dios, soy lo que soy” (2). Y como soy me presento hoy ante vosotros con toda mi mejor voluntad y con toda modestia y sencillez a expresaros lo que sé y lo que siento en estos momentos. Yo no soy poeta, ni literato. Mi formación ha sido preferentemente teológica y a esta ciencia he dedicado buena parte de mi vida. Desde ella, y en la medida de mis posibilidades, trataré, pues, de orientar cuanto Dios me sugiera para este momento.

 

I)  LA FE Y LA TEOLOGÍA

La Teología, como bien sabéis, es la ciencia que estudia a Dios. Es cierto que Dios es inconmensurable, inmenso, inabordable por el hombre. Dios es el Absolutamente Otro.  Pero El se ha presentado al hombre. El ha dirigido su palabra y su mensaje al hombre. Él nos ha mostrado su Nombre. El ha enviado al mundo, hecho hombre, a su Verbo eterno, su Palabra definitiva, su propio Hijo.

 

Y la teología, como ciencia, profundiza sobre esa manifestación de Dios, esa Palabra de Dios; reflexiona sobre ella, la estudia, la desmenuza y la hace asequible al hombre, a la razón humana.

Es cierto que el misterio sigue siendo misterio, pero ese misterio, por la teología, será menos misterio. Es cierto que la grandeza divina, sigue siendo inconmensurable, imposible de tener cabida en la razón humana, pero, por la teología, algo podemos vislumbrar de esa grandeza de Dios.

 

Y este conocimiento y esta ciencia hacen más asequible la fe. La fe, que es, ante todo,  confianza, fidelidad, entrega. Esa fe que es cierta, segura y oscura, al mismo tiempo.

 

Y esto  el pueblo sencillo lo sabe, lo intuye. Aunque no entienda de teología, aunque su fe sea pobre y mal formada, aunque quizás su vida no corresponda plenamente con su fe. Pero lo sabe. Y con la sencillez de que nos habla el Evangelio “sed sencillos como palomas” (3), acude a Dios desde el fondo de su corazón. Y a la Virgen, que, como humana, puede comprender mejor que nadie las angustias y los gozos de la vida del hombre.

 

No olvidaré jamás una vivencia personal que me ocurrió hace ya muchos años. Estudiaba yo en Roma y tenía que ir todos los días, en autobús, desde el Colegio Español hasta la Estación Términi para asistir a clase. De allí a la Facultad sólo había un corto paseo. Sentada en el escalón de una casa, una mañana de intenso frío y humedad, una viejecita arropada por un mantoncillo negro,  pedía limosna. Cuando estiró su mano derecha para recoger mi donativo, me quedé realmente sorprendido. Enroscado en su mano tenía un rosario de cuentas negras, que avemaría tras avemaría, iba desgranando. Agradecida por mi aportación, me prometió que rogaría por mí a la Madonna. Ya habrá muerto, pero al traspasar el umbral de la vida, habrá encontrado a su Madonna, que la habrá recibido con los brazos abiertos y a su Hijo, Jesucristo que habrá premiado su fe.

 

Y lo grande, lo maravilloso, lo realmente admirable, precisamente, es que toda la grandeza, la majestuosidad y la belleza de nuestras procesiones y de nuestra  Semana Santa han nacido de la devoción popular, de la fe del pueblo sencillo. La fe y la devoción profunda de un pueblo que, a través de siglos, de una forma u otra, permanece y se perpetúa de generación en generación.

 

A mí esto me produce un profundo respeto. Nosotros hemos llegado a la fe porque la recibimos de nuestros mayores, Fé mejor o peor fundada, mejor o peor formada, pero fé. Que vaya, pues,  por delante que nadie, por muy cualificado que sea, partidario o no de las procesiones de Semana Santa, por mucho que hayan cambiado las circunstancias, nadie, digo, tiene derecho hoy a ser un detractor de la fe que hemos recibido. Y la fe se da en el interior de las personas, en lo más profundo del  alma. Y de todos es sabido aquello de que “de internis neque Ecclesia”. “Del interior del corazón, ni la Iglesia puede juzgar”.

 

Uno no puede entender el atrevimiento y temeridad, -que quizás hoy sean ya menos frecuentes- de quien ha llegado por primera vez a una ciudad o a un pueblo, al frente de una Parroquia, que la Jerarquía eclesiástica le ha asignado, y sin conocer ni entender de la fe de ese pueblo sencillo, de la devoción y tradición secular que la ha alimentado, aprovecha su autoridad para despreciar o tratar de anular las manifestaciones de fe y devoción que, generación tras generación, siglo tras siglo se han perpetuado en diversas formas y actitudes.

 

Y esta fe, capaz de mover montañas es la que, año tras año, a través de los siglos, es capaz de ponerse en movimiento, capaz de mover voluntades, para, de forma gratuita, preparar en todos sus detalles y minucias, y poner en la calle, una procesión en Semana Santa.

 

Todo esto sólo hay una fuerza capaz de ponerlo en movimiento. Y esa fuerza no es otra que la fe. La fe que permanece en lo más hondo del corazón y que está viva durante todo el año, día a día, aunque sólo resplandezca un solo día al año.

 

Por eso, uno no se puede explicar, por otra parte, la actitud de ciertas personas, -quizás cofrades, no digo entre vosotros- a quienes vemos desfilar solemnemente en una procesión, y más tarde, fuera de ella, se confiesan agnósticos. ¡Terrible aberración! Y la explicación con la que intentan justificar su afirmación es la de que las procesiones de Semana Santa  no son un hecho religioso, sino una manifestación cultural que pertenece al acervo tradicional de un pueblo o de una ciudad.

 

Existen otras manifestaciones populares que son tradicionales y que pertenecen a la cultura de un pueblo, y en las cuales, cualquiera, libremente puede inscribirse y participar. Pero en una procesión, en una Cofradía o Hermandad de Semana Santa, no. La Procesión tiene su punto de partida en un hecho religioso, la Cofradía tiene su historia y celebra un hecho religioso: el Misterio Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios. Y el que no lo entienda así, está  en un grave error.

 

Remedando al profeta Isaías, yo me atrevo a pregonar y a vocear hoy:

Levántate, Antequera y resplandece,

pues ha llegado tu luz en la primavera recién estrenada;

alza en torno tus ojos y mira,

todos se congregan y vienen a tí,

vuelven de lejos tus hijos,

y llega de fuera una multitud que llena tus calles,

que se asombra con el azul intenso del cielo de tu nombre.

He aquí que viene tu Rey

que será tu Redentor y tu Salvador. (4)

 

Antequera, toda ella teología y arte. Teología y fe, de la que son testigos vivos la cantidad de conventos y de personas que, en ellos, a través de los siglos han consagrado su vida a Dios y que han orado  continuamente por esta ciudad: las clarisas de Belén, las mínimas de Santa Eufemia, las agustinas de Madre de Dios, las carmelitas calzadas y descalzas de la Encarnación y San José, las dominicas de Santa Catalina, las Terciarias Franciscanas, cuya fundadora, la Madre Carmen, antequerana, esperamos ver pronto en los altares.

 

Antequera, con esos esplendorosos templos de los más diversos estilos, que encierran verdaderos tesoros de arte plástico, tanto en arquitectura, como en pintura e imaginería, como  el retablo de la iglesia del Carmen o de los Remedios, donde el yeso y la madera se hicieron arte, como en esta iglesia en la que nos encontramos o la iglesia de San Juan de Dios, del más puro estilo barroco.

 

Antequera, donde, por si fueran pocas las iglesias, está toda ella plagada de pequeñas capillas, que quisieran recordar a sus habitantes la omnipresencia de Dios: el Portichuelo, la Cruz Blanca, el arco de c/ Nueva y otras...

 

Antequera, toda ella teología y arte, toda ella fe y arte.

 

Vístete con tus bellas vestiduras

y sacúdete el polvo de la rutina,

Levántate y alégrate, Antequera,

porque por tus calles viene el Salvador

y ha llegado el momento

de bendecir al Señor con nuestras procesiones. (5)

 

Alegrémonos, pues, con nuestra gran ciudad, a la que amamos, porque todo está ya pendiente y preparado, -sentimientos, ilusión y devoción-, para que se cumpla, por la gracia de Dios y el esfuerzo y sacrificio de los cofrades, lo que hoy os vengo a anunciar: que de aquí a unos días será Semana Santa.

 

EL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO Y LA LITURGIA

 

Os decía antes, y ahora lo reitero, que lo que yo puedo proclamar hoy, desde mi fe y desde la teología, no es otra cosa que el Misterio Pascual de Cristo. Sin esta base, todo cuanto os pueda decir no dejaría de ser pura palabrería. Porque lo que celebramos, lo que conmemoramos, lo que vivimos durante los días de la Semana Santa, no es otra cosa que el Misterio Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios.

 

El Misterio  Pascual de Cristo se realiza, es cierto, de forma eminente en la Liturgia de la Iglesia, porque en ella se hace nuevamente presente. Y lo explico brevemente.

 

Todo cuanto realiza la divinidad adquiere las dimensiones de la divinidad. En Dios no hay accidentes ni cambios de tiempo ni de espacio. Uno de los atributos de Dios es la eternidad. En Él no hay ni antes ni después, todo está permanentemente presente. Eso significa que las acciones realizadas por Dios en un momento de nuestro tiempo, tienen atributos eternos.

 

El Hijo de Dios realizó en un momento concreto de nuestra historia, de nuestro tiempo, el misterio de la Redención. Y esa obra, realizada por una persona divina, está ahí, realizada para siempre y cubriendo todo el tiempo y todos los tiempos.

 

Pero hay unos momentos en que esa realidad divina y eterna se presencializa, se actualiza. No se realiza de nuevo, está ya realizada para siempre. Sólo que se presencializa, se hace eficaz y se aplica  a aquellos hombres de aquel momento concreto en que se realiza la acción de la liturgia. Cuando nosotros celebramos la Eucaristía, no sólo recordamos, -no es un simple recuerdo-, sino que realizamos nuevamente el sacrificio de la cruz. Y cuando celebramos el misterio pascual de Cristo, no sólo lo recordamos, sino que lo repetimos, lo actualizamos, nos lo aplicamos a nosotros mismos, lo mismo que se lo aplicaron nuestros antecesores y se perpetuará eternamente, de generación en generación. Por eso, es en la Liturgia cuando el Misterio Pascual se realiza en plenitud y de forma eminente.

 

Deciros esto hoy o tratar de recordároslo y explicarlo para que lo pudieseis comprender mejor, era para mí un deber de conciencia. No he venido a hablar sino a cristianos, a hombres y mujeres de fé, que se honran de ella y quieren vivirla intensamente. De ninguna forma podemos distraernos con otras celebraciones populares, sin entender dónde, de forma eminente, podemos encontrarnos realmente con nuestro Dios, dónde podremos recibir su gracia y su perdón, dónde podremos beber y comer el cuerpo y la sangre de Cristo, que con tanto amor nos legó, dónde podremos encontrar el sentido de nuestra vida, dónde podremos hallar nuestra salvación y nuestra felicidad.

EL MISTERIO PASCUAL FUERA DE LA LITURGIA

 

Pero, por cuanto hemos dicho arriba, Dios es inabarcable  y se muestra al hombre dónde y como quiere. También hay otros momentos en que recordamos aquel mismo misterio, y como la gracia de Dios es infinita, allí donde haya un corazón abierto a Dios, allí mismo Dios derrama su amor y su misericordia. Y también en una procesión, al paso de una imágen de Cristo o de María Santísima,  Dios va derramando su amor, su perdón, su comprensión y su misericordia a todos aquellos que elevan sus ojos a Cristo, desde lo más hondo de su ser.

 

En esta gran celebración, en la que tomará parte una gran multitud de gentes, atraídas, es posible, por diversos motivos, todo merecerá la pena si a cada uno de los que participan o la presencian llega una inquietud, un escalofrío, un sentimiento, que, ahora o en la hora que Dios quiera, le ayude a vivir la experiencia del misterio pascual de Cristo.

 

No. La procesión no es simplemente un acto de tradición cultural. La procesión es un hecho religioso. Un hecho religioso que conmemora y celebra el Misterio Pascual de Cristo y lo hace eficaz.

 

Hoy soy la voz   -y que llegue hasta el fin del orbe mi pregón- que anuncia que llegan días en que “lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y lo que palparon nuestras manos tocante al Verbo de la vida, a fin de que vivamos en comunión” (6), para que una vez más sintamos el gozo de ser cofrades y antequeranos.

 

Hoy soy la voz que anuncia cómo Antequera celebra la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y el mundo sepa de nuestra obra común, de nuestras tradiciones y de nuestra fe, que recibimos de nuestros mayores, que la hemos cuidado y conservado, mejorándola día a día para transmitirla a las generaciones futuras.

 

Jesucristo y María Santísima saldrán de sus templos a las calles de Antequera, de esta Antequera, -gracias a su Ayuntamiento-, remozada, embellecida y magistralmente iluminada en todos sus innumerables monumentos, para ser el marco ideal y único de nuestra celebración.

 

Nosotros saldremos al encuentro de Dios hecho hombre, en cualquier esquina, en cualquier calle, guiados por la música, por los tambores y las trompetas, por el buen olor del incienso. Saldremos a su encuentro porque sabemos que Dios llega, que viene siempre.

 

Él viene siempre. A la salida de las iglesias, en la bajada de las cuestas, por las calles Carrera, Encarnación, Estepa o Lucena. Él viene siempre. Entre los campanilleros, en los ojos sin nombre de los penitentes, en sus Tronos  a hombros de los hermanacos apoyados en sus horquillas, en los encuentros, en las vegas. El viene siempre. (7)

 

El Misterio pascual de Cristo, sí, se celebra en la liturgia de la Iglesia. Pero también se hace presente en estos momentos luminosos en que Cristo viene a nuestro encuentro.

ORIGEN DE LAS PROCESIONES DE SEMANA SANTA

Todas las procesiones tuvieron su origen en la Edad Media. Y todas ellas tienen un principio común: la pérdida, por parte del pueblo, del sentido del símbolo, y que ya en una situación anterior expliqué detenidamente y que no quisiera hoy prodigarme en ello.

 

Entonces fue necesario poner al pueblo en contacto con las realidades divinas, con el misterio de la fe, de una forma distinta y sencilla. Con algo que hiciera presente y visible el misterio cristiano. Y nacieron las procesiones. Nacieron lógicamente en su estadio primitivo, no con la perfección y esplendor con que hoy las conocemos. Pero fue necesario expresar los misterios de la fe a través de imágenes visibles de los distintos momentos de la fe cristiana. Y fue necesario sacar a la calle, poner en contacto con el pueblo, unas imágenes con la representación gráfica y plástica de los misterios del cristianismo.

 

Y desde este punto de vista, las procesiones tenían como finalidad hacer una catequesis. Junto  a la imagen de un Cristo crucificado o de una Virgen dolorosa, se explicaba al pueblo el Misterio de un Dios hecho hombre que ofrecía su vida para la salvación de los hombres, con las lecturas de la Pasión de Cristo que los Evangelios nos narran.

 

Pero por otra parte, el pueblo  en el que había calado profundamente la fe, necesitaba expresarla y manifestarla, no sólo dentro del templo, sino de otra forma más visible, de mayor expresión plástica. Necesitaba ver y sentir no sólo con el corazón, sino también con los sentidos externos aquello en lo que creía, aquello a lo que amaba. El pueblo buscaba superar una religiosidad demasiado abstracta e intelectual y dar mayor relevancia a los sentimientos y a la imaginación (9).

 

Buscó la colaboración de artistas y pintores, de arquitectos y orfebres, de escultores y artesanos y nos legaron ese acervo esplendoroso de templos, de imágenes, en las que plasmaron su fe y sus creencias. Toda la Edad Media, está llena, por todas partes del mundo entonces conocido, de maravillosas pinturas, iglesias y catedrales  de estilo románico o gótico que aún nos sobrecogen al verlas; de maravillosas imágenes  de los distintos misterios de la vida de Jesús, y de la Virgen. Y aquel acervo primero se fue ampliando e incrementando a través del Renacimiento y del barroco, y del rococó hasta llegar al arte de nuestros días, en el que, de la misma forma, se sigue expresando la fe del pueblo. Es el legado que nos dejaron nuestros antecesores y que tenemos el deber y la obligación de cuidar e incrementar.

 

En medio de esta sociedad secularizada, en este tiempo de indiferencia religiosa en el que el mundo vive, como quizás no se ha dado en toda la historia, y en el que el mundo vive como si Dios no existiera, urge hablar explícitamente de Dios. (10)

 

Esta es vuestra misión, cofrades de Antequera: salir a hablar de Dios, con vuestras imágenes, anunciarlo con la fuerza de las cornetas y con la rotundidad de los tambores; salir a la calle a caldear la ciudad con el fuego encendido de vuestras expresiones, testimonio del Amor de Cristo que se entrega hasta la muerte y muerte de cruz; salir a seguir haciendo la catequesis que el pueblo entiende; salir a impregnar las tardes y las noches de oración  y ternura, de devoción y de compasión, a iluminarlas con la fe de vuestros cirios y con la ofrenda de las candelerías, que arden delante de vuestras dolorosas para que todos contemplen lo más bello de la creación (11).

Nuestra sociedad adolece, por otra parte, de falta del sentido de la trascendencia que pueda hacer frente al utilitarismo y a la superficialidad. Es incapaz de la sorpresa y difícil de conmover. Nuestra sociedad sucumbe fácilmente al individualismo y carece del sentido de la fraternidad.

 

Los cofrades tenéis en vuestro tesoro el antídoto de todos estos males. Estáis llamados a transformar el mundo con la fuerza de vuestra tradición y esto no es otra cosa que anunciar el Evangelio y hacerlo vida. Que nadie dude de que nuestras cofradías y nuestra celebración de la Semana Santa siguen siendo hoy -quizás como nunca- instrumentos evangelizadores de primer orden (12).

 

Pero para que esto sea posible, queridos cofrades, tenéis que prepararos. Necesitáis una formación permanente en la fe, para que todos y cada uno de vosotros sea capaz de “dar razón de vuestra fe y de vuestra esperanza” (13) y para que nuestras procesiones sigan siendo auténticas catequesis que transmitan la Buena Nueva de la Salvación.

 

 

EL GUIÓN DE LA PROCESIÓN

 

Antes de adentrarme a hacer un recorrido de las imágenes que representan la Pasión de Cristo en nuestra Semana Santa antequerana, yo quisiera ahora fijarme en algo que es símbolo y expresión de cada una de las Cofradías: el Guión.

A mis espaldas y delante de todos vosotros, se encuentran los guiones procesionales de cada una de las cofradías de pasión de nuestra ciudad. ¿Qué significado tiene el Guión?

Se define el Guión como  bandera plegada y recogida en el asta por un cordón, que ostenta en el centro el escudo de la Cofradía de la que es insignia representativa.

 

El guión es heredero del antiguo estandarte principal de las cofradías de pasión de siglos pasados. Poseerlo y portarlo constituía todo un privilegio. De hecho se consideraba el puesto de mayor honor y, por ello, se reservaba a los miembros destacados de la nobleza local.

 

En Antequera, el Guión tiene una significación especial que no es frecuente en otras ciudades: alrededor de él caminan  los representantes y cargos principales de cada Cofradía y se invita a un representante de otras cofradías para que le acompañen. Portar el guión es un honor del Hermano Mayor, que comparte con otras personalidades.

 

Dentro de la sociedad barroca en la que tanta importancia tenía el juego del mostrarse para ser visto; en la que tan significativas eran las manifestaciones públicas de la religiosidad; para aquellos patricios resultaba ser una honrosa obligación, un compromiso acorde con su categoría social, llevar la insignia principal al frente del cortejo y anunciar así la llegada de la sagrada imagen y de la hermandad que le rendía culto.

Por su parte, para los cofrades, el hecho de que determinado caballero, miembro de una familia aristocrática, portara el guión, representaba un timbre de prestigio y la garantía de contar con el patrocinio de quien aportaría a la cofradía recursos económicos y la tan apreciada proyección social.

 

Pero hoy no es así. Hoy no hay familias aristocráticas que aporten a la cofradía sus bienes. Hoy hemos superado, gracias a Dios, aquel prurito de aparecer y aparentar. Hoy vivimos en una sociedad más igualitaria, más social, más homogénea, en la que cada uno vive de aquello que su trabajo le aporta, donde todos nos conocemos, donde todos sabemos de todos.

 

Por eso, hoy, ser portador del Guión de la cofradía, nos compromete mucho más. Ser portador del guión es hacer una profesión pública de fe ante todo el pueblo, que nos conoce. Por ello, portar el Guión de la procesión supone, cómo no, un honor que el Hermano Mayor o el Presidente de la Cofradía nos ofrece, pero que también nos exige un compromiso de vida  conforme con aquello que ese día representamos y proclamamos. (14)

 

 

LA PASIÓN DE CRISTO SEGUN ANTEQUERA

 

De la mano, pues, del Evangelio, quiero, en estos momentos, hacer un recorrido por la Pasión de Cristo,  en la Semana Santa de Antequera.

 

Y la Pasión de Cristo, que tiene sus momentos álgidos o más sublimes en los días del Jueves y Viernes Santo, comienza, no obstante, el Domingo de Ramos.

 

Paradójicamente, hoy Jesús iba a obrar de manera muy diferente a la que había obrado en otras ocasiones. Porque repetidas veces había rechazado las aclamaciones de la multitud. Ahora, las busca.

 

Dice el Evangelio de Marcos: “Jesús, al llegar a aquella aldea, dio una orden: Id a esa aldea de enfrente; y en cuanto entréis hallaréis un asnillo atado, sobre el que nadie cabalgó jamás. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os dice: “¿Por qué hacéis eso?”, decid: El Señor lo necesita y enseguida os lo devuelve.  Los enviados fueron y encontraron lo que les había dicho Jesús.

 

Se lo llevaron, echaron sus mantos encima del borrico y le ayudaron a montarse. Según iba avanzando, alfombraban el camino con sus mantos. Y la muchedumbre de los discípulos, en masa, empezó a alabar a Dios con alegría y a grandes voces por todas las potentes obras que habían visto. Decían: “Bendito el que viene como rey en nombre del Señor. Del cielo paz y a Dios gloria”. (15)

 

Y así comienza la Semana Santa de Antequera: los niños, vestidos de hebreos, con palmas y ramos de olivo van hoy, lo mismo que entonces, cantando y proclamando la grandeza del que viene en hombre del Señor.

“El pueblo que fue cautivo

y que tu mano libera,

no encuentra mayor palmera

ni abunda en mejor olivo.

Viene con aire festivo

para enramar tu victoria,

y no te ha visto en su historia,

Dios de Israel, más cercano:

ni tu poder más a mano

ni más humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!

Gritad: “Hosanna” y haceos,

como los niños hebreos,

al paso del Redentor.

¡Gloria y honor!

al que viene en el nombre del Señor!” (16)

 

A las siete de la tarde, se abrirán las puertas de la iglesia de San Agustín, hoy renovada gracias a los desvelos de la Cofradía de la Pollinica, y por ella saldrán multitud de niños y niñas, que vestidos de hebreos, irán proclamando, como entonces: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.

 

Detrás de ellos, la imagen de Jesús montado en el pollino. Jesús porta en su mano derecha, con la que bendice, las riendas de la cabalgadura. En su mano izquierda lleva una palma. Su divina mirada está como distraída, absorta quizás en el pensamiento  de que ha llegado “su hora”, la que tantas veces nos anuncia  Juan en su evangelio: la hora de triunfo, sí, pero no al estilo humano, la hora de su muerte y de su glorificación: “¡Padre, ha llegado mi hora, glorifica a tu Hijo”. (17)

 

La liturgia del Domingo de Ramos es una liturgia de contrastes. Porque si en su primera parte, Jesús es exaltado y glorificado con cantos e himnos de alabanza, en su segunda parte, ya en la celebración de la Eucaristía, se hace la primera lectura completa de su Pasión.

 

Igual ocurre en la Semana Santa de Antequera. Después del trono de Cristo triunfante a su entrada en Jerusalén, cambia de seguida el panorama. A continuación nos encontramos con el primer momento doloroso de la Pasión: Jesús orando en el huerto de Getsemaní. Hemos dado un salto en el tiempo: ya es Jueves Santo. Jesús ha cebrado la pascua con sus discípulos, nos ha dado el mayor testimonio de su amor, nos ha dejado su cuerpo y su sangre como comida y bebida que dan  vida eterna.

 

Y ahora comienza a sufrir tristeza, miedo y angustia, turbación y tedio, agonía. Estas son las palabras que utilizan los evangelistas. Jesús se retiró a hacer oración, “cayó sobre su rostro” dirá San Mateo. (18)

 

¡Abba! Padre -decía- si es posible pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (19)

Ninguna página del evangelio nos había explicado con tanta claridad  la distinción de las dos naturalezas que en Cristo convivían. Era enteramente hombre, la naturaleza humana actuaba en él plenamente y, como hombre, experimentaba todo lo que los humanos experimentamos. Por eso, su naturaleza de hombre se rebela ante la idea de la muerte. El dolor le repugnaba, la soledad le espantaba, la idea de la cruz y de los látigos provocaban náuseas en él.

 

Pero el misterio permanece. ¿Cómo su unión con la divinidad no impedía que experimentase esos terrores? ¿Es que, en esos momentos, la divinidad le abandona?

 

Los teólogos han buscado mil explicaciones para este misterio. Pero no tiene explicación posible. Sólo el abismo insondable de la divinidad sería capaz de proyectar alguna luz sobre él.

 

El segundo paso de la Cofradía de la Pollinica nos ofrece en una imagen sin palabras el primer paso de la Pasión: un Cristo arrodillado, los ojos llenos de lágrimas, eleva su oración a su Padre, mientras un ángel alivia la terrible angustia de su Creador...

 

Y de aquí, siguiendo, como he dicho, el relato evangélico, la Semana Santa de Antequera, nos ofrece la imagen y procesión del Cristo del Rescate.

 

Jesús ya ha sido hecho prisionero. Con sus manos atadas, su mirada baja, su semblante sereno, seguido por multitud de devotos, hombres y mujeres, descalzos unos, con velas y súplicas, otros, Jesús se pasea  por las calles de Antequera.

 

Cristo se nos ofrece en procesión, por nuestras calles y plazas, saliendo de la iglesia de la Trinidad.  Y desde el cielo se oye la voz de una saeta. ¿En qué momento de la Pasión le colocaríamos? ¿Ante Anás? ¿Quizás ante Caifás? No.  Yo prefiero situarlo ante Pilatos, el romano cobarde que reconoce su inocencia, pero le condena y justifica su actitud lavándose públicamente las manos, como si con ello pudiera borrar las manchas de sangre divina que emborronan su conciencia.

 

- ¿Luego tú eres rey?

- Si, yo soy rey. Yo para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad.

-          ¿Y qué es la verdad? (20)

-         

Hombre insensato que no esperó la respuesta. La verdad, la única verdad que en definitiva salva es esa persona que tienes delante y a la que tú condenas ahora. Quizás oíste hablar de él anteriormente y quizás recuerdas aquellas palabras suyas: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (21).

 

El artista e imaginero Andrés de Carvajal,  hechas con todo primor y con muchísimo amor, nos dejó tres imágenes del momento de la flagelación: el Cristo del perdón, hoy tristemente desaparecida, el Cristo atado a la columna que procesiona la Cofradía de los Servitas de la Virgen de los Dolores y el Cristo del Mayor Dolor, de la Cofradía del mismo nombre.

 

Jesús, cuantas veces anunció sus padecimientos y su pasión, hizo expresa alusión a la flagelación: “¡me azotarán, me azotarán!”. Sabía y conocía perfectamente el significado del suplicio que anunciaba.

 

Dos imágenes del mismo autor y artista, como en dos momentos distintos del mismo suplicio, recorrerán nuestras calles en la Semana Santa.

 

Jesús atado a la columna. ¿Tendrían miedo de que se resistiera? Pero Jesús no huye, ni se rebela.  Jesús ha aceptado todo por el hombre... y aun sintiendo en su cuerpo ese dolor mayor del escarnio, Jesús levanta sus ojos al cielo y  habla con el Padre, a quien ofrece este nuevo sacrificio.

 

Ha terminado la flagelación y bajo el peso del mayor dolor y del mayor escarnio, al ser desatado de la columna, su cuerpo, su frágil cuerpo se desploma. Con la mirada afligida, con el cabello cubierto de sangre, los brazos y la espalda destrozados por los azotes, aún es consciente de que está desnudo y con rubor tiende su mano para tomar su túnica. Tiende su mano a todo aquel que quiera aceptarlo. ¡Cristo del  Mayor Dolor! ¿Es éste el momento en que nos redimiste de nuestros pecados de la carne? Mayor dolor en el alma... Y en sus ojos... Y en su mirada... Dolor y tristeza que traspasan el corazón.

 

Hay dos procesiones del Cristo del Mayor Dolor en Antequera. Una, la que en el mayor silencio, en penitencia, en su trono, alfombrado de claveles, entre cirios y bengalas, recorre el Miércoles Santo las calles de Antequera. Otra, la que, también en el silencio, pero en su altar se realiza todos los días del año: a cualquier hora, en cualquier momento, podemos ver a los antequeranos, que, de todos los rincones de la ciudad, vienen a orar ante el Cristo del Mayor Dolor.

 

Contemplo, Jesús mío, tu figura

por los crueles flagelos arrodillada

y veo en tus ojos una mirada

de perdón, de amor y de ternura.

Esos ojos tan llenos de dulzura

que ni ofensa, ni carne lacerada

ni cabeza de espinas coronada

pudieron arrancarle su hermosura.

A ellos quiero entregarle, Cristo mío,

este alma de hombre pecador

que vaga, extraviada, en el vacío.

Porque sólo alumbrada por tu amor

hallará el remedio a su extravío

¡Mi dulce Cristo del Mayor Dolor! (22)

 

Y seguimos el recorrido de la Pasión de Cristo en Antequera.

 

Jesús ha sido sentenciado y condenado a ser crucificado. Cargado con la cruz,  inicia la subida hasta el Calvario.

 

Cuatro imágenes de Cristo representan esta escena  en diversos días de la Semana Santa.

 

Cronológicamente, por lo que representan las situaciones, yo las colocaría en el siguiente orden: Ntro. Padre Jesús de la Sangre, testigo, tantos años de mis juegos infantiles y de mis ilusiones juveniles en la iglesia de San Francisco, donde me crié. En aquellos años no había Cofradía de los Estudiantes y la imagen de Cristo con la cruz a cuestas permanecía presidiendo el altar mayor de la iglesia. Una iglesia, entonces, sin culto, y en mal estado de obras.

 

Tiene erguida la figura. Es cierto que la cruz pesa, pero aun después de la flagelación, Cristo acepta el sacrificio. En esa cruz están las culpas y pecados de los hombres, los nuestros, los de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Jesús abraza la cruz con amor, con delicadeza. Su  rostro, haciendo un gran esfuerzo, hasta parece que sonríe. Hoy sale a nuestras calles el Lunes Santo y es titular de la Cofradía de los Estudiantes.

 

El Viernes Santo, saldrá de la iglesia de Santo Domingo, el titular de la Cofradía allí afincada:  el “Dulce Nombre de Jesús”. Dulce Nombre de Jesús, porque, en medio de su padecimiento, de su sufrimiento, todo en él es dulzura y serenidad -plena aceptación de la voluntad de Dios- Impresiona su mirada. No parece la mirada del hombre que sufre... La mirada del Dulce Nombre de Jesús es la mirada de quien se sacrifica convencido de que su sacrificio merece la pena. Por eso, mira al frente, a los ojos de quienes le esperamos en las calles de Antequera... (23)

 

Pero el  peso de la cruz, de los pecados de los hombres es tal que Jesús sucumbe. Y la tradición nos dice que cae hasta tres veces. Su voluntad es grande, divina, pero su humanidad es débil. Jesús tropieza y cae. Pesa la cruz  cargada sobre sus dulces hombros; pesan las heridas de su espalda. Y Jesús cae, desnudos sus pies cuajados de heridas... Y busca una piedra en que apoyarse para levantarse de nuevo, para continuar el camino. Jesús, reseca la boca por la pérdida de tanta sangre, llora. Es la escena de la Pasión, que en su segundo paso procesiona en Antequera la Cofradía de los Servitas de Ntra. Señora. de los Dolores.

 

Todos cuantos conducen a Cristo en este vía crucis, llegan  al convencimiento de que ya no tiene más fuerza, que el peso de la cruz es mayor que su voluntad. Temen que pueda extenuarse y morir antes de llegar a la cima del Gólgota. Y el evangelio nos narra el momento en que “echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo y le obligaron a llevar la cruz”. (24) Hombre de campo, rústico, fuerte, ayuda a Jesús a llevar la cruz...

También nos habla el Evangelio de unas piadosas mujeres que, llorando, siguen la comitiva. Posiblemente una de aquellas mujeres, rompe el cortejo, abriéndose paso entre los soldados e intrépida ella se acerca al Nazareno: no puede aliviar su dolor, no puede remediar su horrible sufrimiento, pero sí puede, y así lo hace, limpiar con tierna dulzura el rostro del más bello de los hijos de los hombres. Y Jesús lo acepta y lo agradece dejándole su rostro grabado en el blanco lienzo.

 

Y ambas escenas - Cireneo y Verónica-, se unen en la procesión de Cristo ayudado por el cireneo de la Cofradía de la Santa Cruz de Jerusalén y María Santísima del Socorro Coronada.

 

Fuerzas le faltan al fin

para seguir soportando

aquel tormento tan ruin

que va con dolores pasando.

Hasta que acierta a cruzar

aquel hombre fiel y bueno

que le ayudará a llevar

la gran Cruz al Nazareno...

En un alto en el camino

se encontró con Magdalena

quien de su rostro divino

trató de quitar la pena.

Y en el paño en que enjugó

la sangre de su tormento,

su Hermoso Rostro quedó

como Rey del Firmamento (25)

 

No existen, en la Semana Santa de Antequera, como en otras ciudades, escenas de la crucifixión de Cristo, ni del momento de la elevación de la cruz, ni imágenes que hagan alusión a su agonía o al momento de su expiración. En nuestra Semana Santa todo eso ha ocurrido ya: Desde la cruz, Cristo nos ha hablado, nos ha dejado su testamento -su Madre-, ha implorado el perdón de los que le están quitando la vida, ha suplicado y le ha sido negada, un poco de agua que sacie su sed. La Semana Santa de Antequera nos presenta a Cristo ya exánime y muerto después de haber entregado su espíritu al Padre. Y esa imagen de Cristo muerto en la cruz se representan en Antequera,  en el Cristo Verde, de la Cofradía de los Estudiantes, en el Santísimo  Cristo de la Misericordia y en el Cristo de la Buena Muerte de la Cofradía de la Paz...

 

Sin duda la mayor soledad y expresión de la palidez de la muerte la exprese el Cristo Verde.

En esta tarde, Cristo del Calvario

vine a rogarte por mi carne enferma;

pero, al verte, mis ojos van y vienen

de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados

cuándo veo los tuyos destrozados?

¿Cómo mostrarte mis manos vacías,

cuándo las tuyas están llenas  de heridas?

¿Cómo explicarte a ti  mi soledad,

cuándo en la cruz alzado estás?

¿Cómo explicarte que no tengo amor,

cuándo tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,

huyeron de mi todas mis dolencias.

El ímpetu del ruego que traía

se me ahoga en mi boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,

estar aquí, junto a tu imagen muerta,

ir aprendiendo que el dolor es sólo

la llave santa de tu santa puerta (26).

 

Las otras dos imágenes nos presentan a un Cristo muerto, en una gran serenidad de espíritu. Cristo de la Buena Muerte: ¿es posible una muerte buena? Todos nosotros sabemos que tenemos que morir: más tarde o más temprano tendremos que entregar nuestra vida, como Cristo al  Padre. Y tenemos miedo a ese momento ¡es tan hermosa la vida! Jesús nos ofrece la expresión de una muerte serena, plácida, de entrega confiada a Dios Padre. ¡Oh Cristo de la buena muerte! Concédenos que cuando llegue el momento de la nuestra, como Tu, en la serenidad de nuestra fragilidad humana y en la confianza de encontrarnos contigo,  tengamos una buena muerte, como la tuya.

 

Porque Él es eterna misericordia. ¡Santísimo Cristo de la Misericordia!, a cuyos pies está Juan, a quien antes de morir le has dejado a tu Madre, que afligida se abraza a la cruz para que cuide de nosotros, nos proteja de nuestras penas, de nuestros males físicos y morales. Santísimo Cristo de la Misericordia, a cuyos pies está la Magdalena, mujer pecadora, sí, pero quien ya en su vida  probó y saboreó el perdón y la misericordia que Tú generosamente le concediste.

 

El drama termina. Y en el silencio más profundo, en la oración  más ferviente e íntima, en la emoción contenida, también pasearemos por nuestras calles a Jesús puesto ya en el sepulcro. Unos angelitos, en su precioso trono rococó, lloran, como lo hace Antequera entera, a su Señor yacente, encerrado en la preciosa urna de su sepultura... Que se apaguen las luces, que la luna no brille esta noche y toda Antequera saboree el dolor de la mejor y más terrible de las muertes: la muerte de su Dios.

 

 

MARIA EN LA PASIÓN DE ANTEQUERA

 

Llegado este momento, parecería que el pregonero habría terminado su función. Se había propuesto presentaros el misterio pascual de Cristo, base de nuestra fe, tanto desde la liturgia de la Iglesia como de la devoción popular del pueblo de Antequera. Así lo ha intentado hacer hasta este momento. Pero no... Su pregón no ha terminado. Hay en la Semana Santa de Antequera, como en todo el misterio cristiano, una persona excelsa,  entrañable, tierna, maternal, que está incorporada a ese misterio desde el primer momento de su concepción: Su Madre bendita, María Santísima, la Virgen, que, a propuesta de Dios, aceptó ser el primer sagrario, donde el Hijo de Dios tomó de ella su naturaleza humana. Con todo cariño, amor y veneración, el pregonero os quiere hablar de esta persona, que vivió intensamente y en pura fe  todo el drama de la vida  y de la muerte de su Hijo. María Santísima, la madre de Jesús, está presente en toda esta historia y de una forma consciente participa plenamente de todos sus detalles. Él es carne de su carne y sangre de su sangre. ¿Cómo podría ella estar ausente en todo este misterio?

 

Permitidme nuevamente, antes de hablar de nuestras imágenes de la Virgen, dos pequeños apuntes en la misma línea que hasta ahora he seguido: desde la teología y desde la devoción popular.

 

La vida cristiana ha de ser la reproducción de Jesús en las almas. Y la perfección de esa vida cristiana consiste en la transformación de las almas en Jesús”:Todos los que habéis sido bautizados en Cristo,  os habéis revestido de Cristo” (27). De tal manera que la aspiración de toda la vida del cristiano tiene que ser aquella realidad de que nos habla San Pablo: “Vivo, más ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí y mi vivir humano es ahora un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (28).

 

Ahora bien, ¿cómo se realizará esta mística reproducción de Cristo en las personas? De la misma forma y por los mismos caminos por los que se hizo la reproducción real de Jesús en el mundo, puesto que Dios actúa con una gran diversidad, aunque igualmente resplandece en sus actos una perfectísima unidad.

 

Jesús fue fruto del Espíritu Santo y de Santa María Virgen. Y los dos siguen siendo los santificadores esenciales de las almas: el Espíritu Santo y la  Virgen María. Porque son los únicos que pueden reproducir a Cristo. (29).

 

De ahí que la devoción  cristiana hacia la Virgen María no es fruto sólo del sentimiento. Es algo esencial en la vida cristiana. Sin el apoyo y la intercesión de nuestra bendita Madre, no puede comprenderse la vida del cristiano.

 

Para nuestro pueblo, María ha sido, en la mayoría de los casos no una diosa, pero sí el signo sacramental de las entrañas maternales de Dios. María es la madre por antonomasia.

 

A veces parece que ocupa el lugar de Dios. En realidad lo que hace es revelar a Dios madre, en el sentido que decía el profeta Isaías: “¿Podrá una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (30).

 

Uno de los títulos marianos preferidos por el pueblo es el de madre de misericordia. Así lo decimos en la Salve. De esa forma expresa el pueblo su intuición de que María es la manifestación, la mediación de esa dimensión radical del Dios bíblico: tener entrañas maternales de misericordia. La Biblia hebrea -es curioso-, aplica el mismo término para designar el amor misericordioso de Dios hacia su pueblo y la matriz femenina: el término “raham” significa por igual o a la vez útero y misericordia. El Dios de Israel es un Dios “entrañable” porque tiene entrañas maternales, que le llevan a amar a la humanidad como una madre al hijo que ha tenido en su seno.

 

Creo que este es el sentido profundo del pueblo cuando venera a María como la madre entrañable y misericordiosa. Descubre presente en ella algo ulterior: la trascendencia del Dios revelado por las Escrituras, que es padre y madre a la vez en cuanto origen, hontanar o fuente de lo masculino y lo femenino, de lo paternal y maternal.

 

El significado de liberación que el pueblo descubre en María  no tiene un sentido triunfalista ni escapista. María libera, pero participando en el sufrimiento de sus hijos: María libera en esperanza. Para el pueblo, Jesús es el varón de dolores, el siervo paciente, el Mesías humilde y sufriente que libera al pueblo compartiendo su destino tantas veces trágico,  para redimirlo. María sigue las huellas de su Hijo. Las advocaciones marianas más populares traducen esta vivencia: María es la Virgen de las Angustias, de la Soledad, de los Dolores, del Mayor Dolor, de los Desamparados, del Consuelo, de la Piedad, del  Socorro, de la Consolación, de la Paz...

 

El pueblo, al sentir que María comparte su dolor, empieza a liberarse de él.  María deviene consuelo, socorro, caridad, refugio. El pueblo, al sentir que María comparte sus penas y pobreza, como que se siente descargado de ellas, aliviado e incluso curado (31). Y explota en la expresión de su amor a María de mil formas diferentes, pero todas ellas salidas de lo más hondo del  corazón y del alma, en iglesias, capillas, altares, imágenes, que se reparten por todo el universo. Y le ofrece lo mejor que encuentra en esta tierra: tronos, flores, -las más bellas y hermosas-, joyas, oro, plata, piedras preciosas. Todo lo mejor del mundo para la Madre que comparte el dolor de su Hijo, pero también comparte el dolor y el sufrimiento de todos sus hijos. El pueblo quiere con estas expresiones mitigar al máximo su dolor y su pena.

 

No nos consta, según el evangelio, de la presencia de María en la Pasión de Cristo, más que al pie de la cruz. Pero así como todos sabemos que después de la Resurrección, aunque tampoco nos lo digan los evangelios, la primera visita y aparición de Cristo tuvo que ser para su madre,  así todos hemos sentido a María presente en el sufrimiento y en la muerte de su Hijo. Quizás escondida entre la multitud, quizás entre el grupo de mujeres que siguen el cortejo, y a las que Jesús habla camino del Gólgota..., pero ella está presente, sufriendo y compadeciéndose con su Hijo. Y en el Calvario, a los pies de la cruz, recibiendo el encargo de ser nuestra Madre, acompaña a su Hijo hasta el momento de su muerte, para recibirlo posteriormente en sus brazos, limpiarle las heridas, llenarlo de besos y abrazos, como lo hacía cuando niño lo estrechaba entre sus brazos, pero ahora con el corazón partido de dolor en su Quinta Angustia...

 

Y así lo han entendido igualmente las Cofradías de la Semana Santa de Antequera. En cada una de ellas, a continuación de la imagen que nos presentaba un momento de la Pasión de Cristo, seguirá una bellísima imagen dolorosa de María. Porque ¿cual sería la más bella? ¿Cuál de estas imágenes expresa mejor el dolor de la madre afligida y llorosa?

 

Don Juan Manuel Moreno nos decía en su Pregón de 1979 que “a poco que realicemos una sutil y amorosa observación de las imágenes marianas de las Cofradías de Antequera, podríamos decir que la Virgen de la Veracruz es el sollozo, La Virgen de los Dolores y Ntra. Señora, de Mayor Dolor constituyen la expresión más cumplida del torbellino de las lágrimas.

 

La Virgen del Consuelo y la Virgen de la Paz son el llanto sosegado y tranquilo. Finalmente, la Virgen de la Piedad, la Virgen de la Consolación y la Virgen del Socorro evidencian un llanto mezclado con sonrisa (32).

 

No puedo hoy por menos de admirar estremecido y agradecer con todo mi amor de antequerano, la recuperación de una bellísima imagen dolorosa que durante muchos años pude ver y contemplar, quizás entonces olvidada, en el coro de la iglesia de San Francisco. Hoy, toda ella resplandeciente,  será procesionada el Lunes Santo, como Titular de la Cofradía de los Estudiantes: la Virgen de la Vera Cruz.

 

Y mi tierno y emocionado recuerdo vuela hoy  a la iglesia del Carmen, donde, yo entonces niño y alumno del Colegio de los Carmelitas, acudía con mis compañeros a celebrar la sabatina cada semana ante la serena imagen de la Virgen de la Soledad, que, después de muchos años,  ha sido felizmente recuperada y llena de esplendor y belleza se procesiona en la madrugada del Viernes Santo, detrás del Santo Entierro de Cristo, llevando en sus manos los signos de la Pasión.

 

Y de allí vuela mi emoción a esta iglesia en la que nos encontramos, a la Virgen de los Dolores, cuyo trono, del más puro estilo antequerano, todo él resplandeciente llevó mi padre sobre sus hombros, durante muchos años.

 

Y a la iglesia de San Pedro, mi Parroquia, ante los pies de la Virgen del Consuelo, que, aunque dolorosa y sufriente, con sus manos abiertas y su llanto sereno, va ofreciendo su consuelo a todos los que la invocan. ¡Qué bella va en su trono, con su vestido blanco y su manto rojo en la tarde del Jueves  Santo! Yo me atrevería hoy a pedirte, Señora, tu apoyo y tu consuelo para una familia que está pasando, en estos momentos, por una situación  difícil.

 

Y la Virgen de la Piedad, y la Virgen de la Paz, y la Virgen del Mayor Dolor, y la Virgen del Socorro.

 

Todas las Vírgenes de la Semana Santa de Antequera representan -cómo no- a la misma persona: a María Santísima en el trance de la Pasión y Muerte de su Hijo. Pero todas son distintas, no sólo porque el imaginero que las creó fuese distinto, sino porque expresan el dolor y el sufrimiento de la Madre de forma distinta: por la postura de sus manos, por la inclinación de su cabeza, por el gesto de su afligido rostro que expresa su dolor, por sus lágrimas... No hay en Antequera dos imágenes dolorosas iguales.

 

OTROS DETALLES DE NUESTRA SEMANA SANTA

Se preguntaba el pregonero al iniciar su pregón qué podría él contaros sobre la Semana Santa de Antequera que vosotros no supierais ya, mucho mejor que él.

 

Añadid, si os parece, a cuanto hemos dicho hasta ahora multitud de detalles que la completan y la hacen única en el mundo: tronos barrocos bellamente adornados de flores, exóticas unas, claveles rojos en otras, para las imágenes de Cristo. Tronos llenos de esplendor, casi siempre con flores blancas  o rosas para las Vírgenes. Candeleros y arbotantes con cirios o hachones y faroles.  Imágenes preparadas con primor y mimo por las camareras de cada paso, con túnicas y mantos bordados en oro, y las mejores joyas para el pecho de las Vírgenes.

 

El amarre mañanero de las almohadillas de los hermanacos  -cada uno en el lugar que ha heredado de sus antecesores- en la mañana de la procesión, rodeados de la multitud que quiere ver y admirar las imágenes en sus tronos, dentro del templo, antes de verlas en la calle, lo mismo en Santo Domingo como en Belén o en San Pedro o en San Agustín o en el Portichuelo.

 

El traslado del Cristo del Mayor Dolor, en la mañana del miércoles santo, desde su altar hasta su trono. O la vuelta a su templo, después de la procesión, con infinidad de bengalas que despiden a su Señor y a su Virgen, en la Plaza de San Sebastián...

 

El desfile o armadilla de cada Cofradía antes de sacar los tronos de las iglesias.

 

El “¡arriba!” de los Hermanos Mayores, dando la orden de subir el trono desde el suelo hasta los hombros de los hermanacos. Y el baile que consiguen al son de la música, los hermanacos del trono de la Virgen del Consuelo a la salida de San Pedro.

 

Los penitentes, los campanilleros, la música.¡Acudid, pueblo de Antequera, al encuentro de los tronos de las Cofradías del Consuelo y de los Dolores en la Plaza de Santiago o de las Cofradías de la Paz y el Socorro en la Plaza de San Sebastián! Una verdadera explosión de entusiasmo popular vibrará, potentísimo, esparciendo por el aire los efluvios de una fraternidad, que, a partir de ese momento, nadie osará entibiar, nadie podrá destruir.

 

Y las vegas: las célebres vegas de Antequera, en las que, de forma única y original suben los tronos corriendo por las empinadas cuestas. ¡Acudid, si no,  a la Cruz Blanca, o a la cuesta de Archidona o a la citarilla de Santo Domingo y quedaréis extasiados!.

 

Mil y mil detalles más que todos conocéis mucho mejor que yo y que hacen de nuestra Semana Santa única y distinta en el mundo entero. Y rodeándolo todo, el amor, la emoción, los más sublimes sentimientos  y el fervor del pueblo de Antequera, que llora de emoción, que ríe de satisfacción, que aplaude y reza a sus imágenes benditas.

 

Y para que todo esto haya sido posible, el trabajo y el esfuerzo callado, oculto, de ninguna forma remunerado, de multitud de hombres y mujeres cofrades, que no ya un día, sino durante todos los días del año, con muchas, muchísimas horas de dedicación, horas sin poder contar, de domingos y festivos, manteniendo una ilusión y una devoción a sus Titulares, con mucho amor, ternura y cariño, tratando siempre de mejorar sus enseres,  sus tronos, sus imágenes para que si este año el Cristo o la Virgen iban preciosos, que el año que viene vayan aún mejor, tratando siempre de superarse en todo.

 

Esta es mi pobre y modesta semblanza de la Semana Santa de Antequera.

 

 

LLAMADA A LA ESPERANZA

Permitidme, no obstante, un último apunte. Hay una Virgen, cuya advocación no podía faltar en nuestra Semana Santa de Antequera: es la Virgen de la esperanza, de Consolación y Esperanza. Recientemente ha sido litúrgicamente coronada. Pero ella, que, con su semblante juvenil y su ramita de oliva acompañaba a su Hijo en su entrada a Jerusalén el Domingo de Ramos, con su advocación cierra todo el episodio de la Semana Santa: Ella es Consolación de nuestras penas y dolores. Y ella es, sobre todo, esperanza. Y este título me da pie para poner fin a mi Pregón.

 

La Semana Santa no termina en la madrugada del Viernes Santo, sino el Domingo de Resurrección.

 

¡¡Cristo ha resucitado!! Él ha vencido al dolor y a la muerte. Y esa es nuestra esperanza. El hombre no puede vivir sin esperanza. Su vida, condenada a la insignificancia se convertiría en insoportable sin esperanza. En medio de las angustias, los dolores y la muerte, siempre asoma y permanece la esperanza, virtud la más humana, pero igualmente la más cristiana, porque tiene su fundamento en el Misterio Pascual de Cristo, que se hizo hombre, padeció y murió, pero al que Dios resucitó.

“Tu, oh Señor resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad; eres la única y verdadera esperanza del hombre y de la historia: tú eres entre nosotros “la esperanza de la gloria” (33) en esta vida y más allá de la muerte. En ti y contigo podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia adquiere un sentido, la comunión es posible, la diversidad puede transformarse en riqueza, la potencia del Reino de Dios que confesamos y proclamamos, ya está trabajando en la historia y ayuda a la edificación de la ciudad y del hombre” (34).

 

Que el Dios de la vida, de la esperanza y de la alegría esté con todos nosotros.

Muchas gracias.

 

 

 

 

Bibliografía y Notas

 

(1)  Flp. 2,6-11.

(2) 1 Cor. 15,10

(3) Mt. 10,16

(4) Adaptación de Is. 60, 1 ss.

(5) Adaptación de Is. 52, 1 ss.

(6) Adaptación de 1 Jo.1,1-4.

(7) Inspirado en un Poema de R. Tagore

Vida Nueva, nº 2.148,48.

(8) Guzmán Carriquiry, Subsec. del Consejo Pontificio

para los Laicos. Vida Nueva, nº 2.208, 12.

(9) Javier Fernández, La religiosidad popular

Vida Nueva, nº 2.229.

(10) Antonio Dorado Soto “Buscar el rostro de Dios”

Carta Pastoral, 1998, 44-45

(11) Federico Fdez. Basurte. Pregón de la

Semana Santa de Málaga, 1999     

(12) Ibdem.

(13) 1 Petr. 3,15

(14) Federico Fdez. Basurte: Guión Málaga TV. Adaptación.

(15) Mc. 11, 1-10.

(16) Liturgia del Domingo de Ramos

(17) Jo. 17, 1.

(18) Mt. 26, 39.

(19) Mt. 26, 39

(21) Jo. 18,37-38

(22) Miguel Fernandez Rodríguez

(23) Ángel Guerrero: El Sol de Antequera, Semana Santa 1998

(24) Lc. 23, 26

(25) Fermín Requena: “A Jesús Nazareno”

(26) Himno de Vísperas, Viernes I Semana del Salterio.

(27) Gal. 3,27.

(28) Gal. 2,20

(29) Luis Mª. Martínez, Arzobispo de México, “El Espíritu Santo”.

(30) Is. 49,15.

(31) Luis Maldonado: Devoción mariana y religiosidad popular

Vida Nueva, nº. 2.116.

(32) Juan Manuel Moreno García: Pregón de la Semana Santa de Antequera, 1979

(33) Col. 1, 27

(34) Mensaje final del  Sínodo para Europa. Vida Nueva, nº 2.2=8, 23.

El Sol de Antequera. Extraordinarios de Semana Santa. Varios años.

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