Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(2003) D. José Manuel Gallardo García - El Pregón

 

PREGÓN

A mi padre, penitente en las procesiones del cielo.

A mi madre.

A mi mujer, que me quiso y me guió en la noche oscura.

A mis hijos.

 

 

CINCO TESELAS DE AMOR PARA UN MOSAICO ETERNO.

 

El rito y la regla

En el patio, mi padre, con su túnica

negra, en la madrugada más profunda

de la clarísima ciudad, se ha puesto

solemnemente el negro capirote.

 

Silencioso es el rito, no aprendido

sino heredado, yéndole en la sangre,

pues los siglos se ven hasta en la forma

de sujetarse el antifaz al rostro

 

(Y silencioso y sin hablar con nadie, el

nazareno escogerá el camino más corto…)

 

Oh padre mío,

cuánto silencio hay en este Viernes

tan lejos de mi vida,

cerrada para siempre la cancela

que a nadie espera ya.

 

Hoy la memoria escoge

el camino más corto para herirme.

 

Rafael Montesinos

 

Hace algunos meses, el Presidente de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Antequera, amigo antes y ahora un poco cómplice de este Pregón, me decía, con cierto deje de sorpresa por su parte y mayor aún por la mía, que una Cofradía de Antequera había propuesto mi nombre como Pregonero para el año 2003.

 

Sabedor yo de que propuestas hay muchas y candidatos con más méritos que el que les habla hay muchísimos más, conocedor que, a la máxima evangélica <la mies es poca y los operarios muchos> para estos menesteres de pregonar nada más y nada menos que la Semana Santa de Antequera, aparqué la noticias en un rinconcillo en la que Kant quiso convertir la mente y seguir pajareando de mi corazón a mis asuntos, que diría el poeta.

Pero lo que en su día fue anécdota, vaya usted a saber por qué caminos y vericuetos, se convierte en realidad categórica. No tengo más remedio que repetirme a mí mismo y proclamar a los demás que el encargo que se me hace es, ni más ni menos, que poner el pórtico hablado, cantando o rezando, que nunca se sabrá a ciencia cierta qué es pregonar, a una de las Semanas Santas más importantes que se celebra en las Andalucías. Así de rotundamente lo afirmo, y si mis menguadas fuerzas y mi más mermadas capacidades lo permiten, lo justificaré.

 

Con escaso bagaje cuenta el Pregonero para solventar su cita abrileña con la Semana Santa de Antequera. Sin embargo, una vez emplazado por sus Cofradías, la cita se hace reto y el reto es ineludible. Yo no puedo declinar la oferta que tan generosamente se me ha hecho por infinitos motivos. Dejadme que siquiera os diga dos:

 

I.- Yo soy cordobés de Cabra. Llegué a Antequera hace veinte años con una flamante Cátedra de Filosofía bajo el brazo, ganada en reñida Oposición unos meses antes, un hijo que apenas sabía andar y una espléndida mujer, ya embarazada, que al poco tiempo daba a luz aquí mismo al lado, en este viejo hospital de la Calle Estepa. Lo que iba a ser un destino administrativo, dispuso Dios que fuese no sólo mi Destino, sino el de todos los míos. Algunas veces he manifestado que soy un antequerano vocacional. Ahora es el momento de pregonarlo, nunca mejor dicho, a los cuatro vientos. Si tuviera que epitetar la primera impresión de la ciudad no ya visitada fugazmente, sino vivida, habría que decir que me hechizó, me hechizó tanto como una mujer bella puede hechizar al muchachuelo que, a fin de cuentas, era cuando llegué. Tenía veinticuatro años. Hoy, veinte años después de llegar a Antequera, puedo decir que aquel embrujo no fue pasión pasajera. Hoy, solemnemente, tengo que decir que me enamoraste, Antequera. Y me enamoraste porque después de veinte años, como los viejos amantes, aún te sigo viendo bella, te sigo descubriendo cada día una luz, un rincón, una plazuela. El amante joven que fui pretendió que te entregaras a su deseo toda, entera, al instante, desnuda como una mujer. Hoy, que la vida me ha enseñado algo más de mujeres y de ciudades, sé que la clave del misterio está que nunca la entrega es total, que siempre quedara el pudoroso rincón que la amada no entrega y que el amante busca. Por eso la llama sigue viva.

 

Y por eso me siguen enamorando tus iglesias. Un ilustre antequerano, de torpe aliño indumentario, socarronería a flor de piel y corazón que no le cabe en el pecho, Don Juan Alcalde de la Vega, me presta unas letras, sin siquiera yo haberle solicitado la venia –los poetas son gentes generosas-, para cantar Antequera. En un texto imprescindible para cualquier antequerano, ya sea de nación o de vocación, titulado <Mi ciudad> dice Juan Alcalde: <Iglesias, iglesias, iglesias… Iglesias en el centro y en los barrios, en la parte antigua y en la moderna, en el más apartado recinto o al borde de la carretera. Iglesias las parroquiales, e iglesitas, las conventuales de monjas y las apartadas y silenciosas, sin culto, excepto en los pocos días de jubileo y la época de novenas. (…) Silencio y oscuridad. La faz de un Cristo refulgiendo a la luz de unas velas. Anchas losas blancas y negras sobre el pavimento. En la altura, cerca del techo, ventanitas que filtran una luz tibia a través de los cristales irisados.>

 

Y porque la llama sigue viva sigo teniendo la sensación de llegar a mi casa cuando, viniendo de mi propia tierra veo la ciudad desde el inicio de la vega, medio tapada por el Cerro de la Cruz, que quizás quiera esconderla, como un tesoro, para que sólo la disfruten los suyos. La vega. Me permitiréis que en este punto acuda a José Antonio Muñoz Rojas:

 

<… Siempre me asomo al viso

desde donde columbro

la campiña a lo lejos.

Olivares y olivos,

y cortijos de nombre

que han estado de siempre,

sonando en mis oídos:

La Deleitosa, El Duende…

la dura tierra arada,

la dulce tierra uncida

al hombre, haciendo yunta

por siempre. Luego vengo despacio.

Dejo las riendas sueltas.

Siempre está la casa hermosa,

bogadora entre olivos,

Y dentro de la casa, los que amo>.

 

Y porque la llama sigue viva, sigo disfrutando de su callejeo y en su callejero. Eso de callejear lo inventaron, como otras muchas cosas, los griegos. Callejear significa pasear practicando el diálogo. Diálogo es otra palabra griega que significa <palabra compartida>. Este es el callejeo que amo de Antequera, la palabra compartida en las <Cuatro Esquinas> o en el bar, en la Alameda o en la calle Carrera con amigos y con menos amigos, que hablan, dicen cosas, comunican ideas, y ríen y también, si llegada es la ocasión, lloran.

 

Y este callejeo tiene como escenario uno de los callejeros más deslumbrante que el paseante puede encontrar. Pasear las calles de Antequera es, en sí mismo, una lección practica de Historia del Arte. Mudéjar, Renacimiento, Manierismo, Barroco, Modernismo, Racionalismo… aderezado todo de tal manera que pareciera que su entramado urbano no es producto de la amalgama casual y azarosa de los siglos, sino que Dios mismo fuese el que la diseñó. Por eso el primer Pregonero que tuvo la Semana Santa de Antequera la definió como una ciudad de <clara y aristocrática melancolía>. Pasear Antequera de noche, sin sus gentes, es encontrar la belleza en estado puro, belleza que, como dicen los poetas es fría y azul.

 

El pregonero, que, hablando de su amor por Antequera pierde el orden y el compás, tiene que volver a su discurso. Les decía que iba a darles dos motivos por los que pregonar la Semana Santa para mi era ineludible. Es este el primero: el honor que se me hace hoy me concede <carta de naturaleza de antequerano>. Los pueblos antiguos e hidalgo no dan su corazón y su confianza al primero que llega ni en el primer momento. Son muy suyos, miran, calibran y callan. Créanme, pues lo se por experiencia. Y cuando lo consideran oportuno, y creen que el forastero también es suyo, le abren corazón y puerta de par en par. Eso es lo que habéis hecho conmigo hoy. Y además, lo habéis hecho a lo grande. Por eso, paisanos de corazón, aunque poco soy y poco sé, aunque, hace pocas fechas haya sido <hendido por el rayo> como el olmo viejo de Don Antonio Machado, no podía dejar de ser vuestro pregonero.

 

II.- El segundo motivo, quizás más intimo, más personal, es aprovechar la ocasión que tan generosamente me habéis brindado para explicarle a mi madre, que hoy nos acompaña, la razón y motivos por los que su hijo el mayor, desde hace años, no aparece por Cabra en Semana Santa. Yo sé que esa fecha le es especialmente querida: disfruta aviando los preparativos que desde que tengo uso de razón se han hecho en mi casa por estas fechas. Las primeras habas frescas de la huerta, las albóndigas de boquerones con su caldo amarillo, los pestiños, los gajorros. Juntos veíamos las Cofradías de mi padre, el Cristo de las Necesidades y el Cristo del Socorro, juntos disfrutábamos la mañana de Viernes Santo y, sobre todo, juntos veíamos salir la Soledad el Sábado de Gloria, porque en Cabra de los tres días que relucen más que el sol, el primero no cae en Jueves, sino en Sábado. Solicito tu perdón por ello, que sé tengo concedido de antemano, pero quiero explicarte, con las palabras que vengan a continuación, el porqué de esa pequeña deserción.

 

Pues bien, habiendo al menos intentado justificar, no sé si con éxito, mi osadía al Pregonar nuestra Semana Santa, es el momento justo de entrar en materia. Decía el Arzobispo de Sevilla, Monseñor Amigo, que tratándose de Dios, el único Pregón posible es el Evangelio. Por las obvias razones de que no soy teólogo, no estoy en condiciones de elaborar un Sermón ni una Conferencia al respecto. Doctores tiene la Iglesia, y algunos de ellos, brillantísimos, como sabéis, me han precedido.

 

Como he comentado con algún amigo, y les dije hace unos momentos, el que les habla, hace escasas fechas, fue <hendido por el rayo>, tuve un problema de salud que los galenos catalogaron de grave. Ciertamente el Pregonero, como todo hijo de cristiano, cuando, para su mal, fue rondado por la Parca, tuvo que hacer balance provisional, quizás encarar la vida desde otra óptica y, por supuesto, replantearse lo que hace y como lo hace. Decía Don José Ortega y Gasset que el hombre no es un <esse>, sino un <fieri>, no es un ser acabado y completo, sino un hacerse cotidianamente, un ir haciéndose en su vida y con su vida. Un proyecto, un boceto que diariamente se retoca. Pues bien, la primera víctima de ese replanteo en que la vida me colocó fue el muy considerable mazo de folios que para este acto había emborronado. No me <sonaban> en mi nueva situación. Cuando pasado lo que los andaluces, con su infinita sabiduría, lamamos <el susto>, y el alma queda atenazada por cierto poso de melancolía, el Pregonero entiende que su Pregón tiene que ser mucho más sincero de lo que estaba siendo.

 

Sinceridad, pues, para cantar la Semana Santa. <prima facie> la Semana Mayor no es sino la Pasión de Cristo. Por deformación profesional, el aprendiz de filósofo que siempre va conmigo se plantea la pregunta radical, originaria y última al mismo tiempo: Quid est hoc? Quae essentia? O lo que es lo mismo, ¿De qué Pasión hablamos? ¿Qué es la Pasión?. Entiendo que en este contexto, la palabra Pasión tiene dos sentidos.

 

Pasión entendida como conjunto de padecimientos y humillaciones que precedieron y acompañaron a la muerte de Jesús.

 

Pero también el termino pasión, acogiéndonos a su estricta etimología griega -pathos-, significa, emoción viva, sentimiento profundo. Es esta Pasión es de la que voy a hablar , utilizando un lema, que no termina de convencerme, inventado para Semanas Santas foráneas, quizás un tanto manido y tópico, pero que expresa adecuadamente lo que quiero decir ¿Cómo es la Pasión según  Antequera? Ese <pathos>, esa emoción íntima y sincera de todo un pueblo sólo es explicable desde la fe y solo es expresable desde el corazón, que como todos sabemos tiene razones que la propia razón no entiende. Y donde el corazón arroja sus voces es, precisamente en el Arte. Decía Heidegger, quizás el principal filósofo alemán del Siglo XX que <la poesía es sólo un modo del iluminante proyectarse de la verdad>. Lo inefable, lo que no se puede expresar con palabras, no tiene más forma de expresión que la metáfora. Cuando Santas Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz nos quieren narrar como es la unión del alma con Dios, no tiene más remedio que acudir a la Poesía que entonces sirve para quitar el velo a lo oculto, para desvelar y mostrar lo inefable y, al mismo tiempo, para rezar.

 

¿Cómo expresar el pathos antequerano en su Semana Santa? ¿cómo es el alma semanasantera de Antequera?, si yo tuviera <l´esprit de finesse> que decía Pascal, la finura de espíritu de un buen poeta, sería capaz de encontrar la palabra justa que lo definiera. Pero claro es que, sea como sea, con finura o sin ella, no tengo más remedio que atreverme. Hagámoslo pues: la palabra que mejor define la Semana Santa de Antequera, y a Antequera misma, es la tradición, la solera entendida como conjunto de cualidades, transmitidas por la tradición que imprimen a lo antequerano un carácter especial. Antequera es una ciudad de solera, y por ende, su Semana Santa también lo es. José Antonio Muñoz Rojas en <Antequera, Norte de mi pluma> lo expresa infinitamente mejor que el Pregonero. Oigamos al maestro: <Vengo de gentes que durante algunos siglos han nacido en la ciudad, han respirado su aire, han levantado a espaldas de estos cerros sus moradas, han cultivado sus tierras y hoy son un polvo con la suya. No quisiera que ningún rincón de ella, ningún testimonio de su pequeña grande historia me fuera ajeno. Andar sus calles o asomarse a su vega es encontrarme a mi mismo, no sólo el niño que fui, sino a tantas gentes como ha proyectado aquí sus vidas, a tantos lugares como me han conformado en lo que soy. Con los años se van viendo más claros estos accidentes del vivir y se va sabiendo algo de lo que se es, por lo que fueron los nuestros>.

 

Si recuerdan, el pórtico de mi Pregón era una poesía de Rafael Montesinos titulada <El rito y la regla>. Allí se expresa lo que ahora les digo: <Silencioso es el rito, no aprendido, sino heredado, yéndole en la sangre, pues lo siglos se ven hasta la forma de sujetarse el antifaz al rostro>.

 

El rito de la Semana Santa no es aprendido, sino heredado. El amor a la Semana Santa es algo que va en la sangre, de lo que entiende la memoria histórica de los pueblos y que concita el sentimiento unánime de quien ellos vive, si no, ¿Creéis que haya un solo antequerano que no se estremezca ante el Viernes Santo de su pueblo?

 

El Pregonero, machaconamente, sigue erre que erre, preguntando ¿Y en qué consiste la tradición de Antequera?, ¿qué cosa es esa solera que individualiza y explica la Semana Santa de Antequera?,  ¿por qué los siglos, en vez de cubrir con el polvo del olvido los ritos de la Semana Santa, les confiere una pátina dorada que los vivifica? Acudamos de nuevo a la receta mágica de la Poesía y la metáfora. La solera no se hace en un día, es producto de siglos, de ir haciendo las cosas y deshaciéndolas, como aquella Penélope que esperando a Ulises, su amor, destejía de noche lo que de día tejía; es ir cambiando lo justo para que lo esencial quede igual… es encontrar la armonía a través de lo diverso y en lo diverso, es conciliar los contrarios, incluso lo contradictorio, es tensión armónica de sentimientos contrarios, de elementos contradictorios muchas veces que, tras enfrentarse durante siglos, han aprendido a vivir juntos, y no pueden vivir el uno sin el otro: si hay noche es porque hay día, si hay Resurrección es porque antes ha reinado la muerte…

 

¿Y cómo podríamos en metáfora esta armónica tensión?

 

De muchas formas: Para el Pregonero, esta tensa armonía es como una sinfonía: el ritmo, la belleza, la emoción no es sino la adecuada y justa combinación de notas distintas y tonos contrapuestos o si ustedes prefieren como un mosaico, conjunto de pequeñas piedrecillas, llamadas teselas, de distintos colores y formas, que sabiamente combinadas, hacen de la diversidad, el conjunto. Muchas son las teselas, pero el mosaico es único. Muchas son las notas, pero la sinfonía es una.

 

¿Cuáles son las notas de esta Sinfonía?, ¿Cuáles son las teselas de este mosaico?, ¿Cuáles son los elementos contrarios?, superpuestos, opuestos, interconectados, dispuestos que componen el cosmos ordenado y bello de la Semana Santa de Antequera?

 

También es esta tarea compleja. El Pregonero, aunque quisiera, no puede agotar todas las notas de la sinfonía perfecta, ni contar las infinitas teselas del mosaico donde Antequera refleja el alma. Me permitirán que acuda al Evangelio de San Juan, que termina con estas palabras: <Este es discípulo que da testimonio de estas cosas, y el que las ha escrito; y sabemos que su testimonio es verdadero. Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que el mundo entero no podría contener los libros que pudieran escribirse> Juan 21, 24.

 

Déjeme pues, la venia, para hacer una analogía de las melodías de la Semana Santa de Antequera, para hacer una libre elección de sus teselas. Advierto que la selección es personal, que hay otras elecciones, y seguramente más acertadas, pero el Pregonero, que hizo voto de sinceridad, es el que da testimonio de esto que escribe y dice. Nadie se ofenda con el Pregonero si entendiere que su discurso fue largo con esta tesela o corto con la de más allá o ¡Válgame Dios!, se le perdiera alguna. Si el Pregonero pudiera, escribiría todos los libros que ordena San Juan, pero si no lo pudo hacer él: ¿qué puede hacer este humilde Pregonero? Empecemos sin más dilación:

 

PRIMERA TESELA. LA ALEGRIA

La Semana Santa es alegría. Alegría de grandes y chicos. De niños y de hombres. De <Hosanna> y de <Resurrexit>. Y de jóvenes cofrades. Y de bellas mujeres. Y de azahares.

 

El Domingo de Ramos. Me permitiréis la licencia de que la primera tesela venga de Cabra. La alegría del chiquillo que, de la mano de su padre, empieza a saber lo que es la Semana Santa. La alegría. Alegría desbordante del estreno de algo nuevo. De todos es sabido de quien no estrena en Domingo de Ramos, se le caen las manos. Alegría de tíos que vendían cañaduces, a las que había que acertar con una moneda de diez reales, aquellas oscurotas y grandes. Alegría de puestecillos, los carrillos de Antequera, de tíos que vendían globos y gitanas que vendían buñuelos. Luz de la mañana radiante. La Pollinita ya está en la calle, y el niño, con los ojos abierto de par en par -se diría que tiene los ojos tan grandes como la borriquilla-, se asombra. Suenan los primeros redobles de tambor y los primeros clarines. El niño quiere coger la palma o la modesta rama de olivo. El niño desde entonces, con alegría, dulcemente, empieza el rito. Empieza a saber lo que es la Semana Santa.

 

Cada vez que en Antequera veo la Pollinita, cada vez que veo a los pequeños hebreos con sus padres de la mano, el alma se me escapa a otros días y otros tiempos. La alegría, quizás se empaña.

 

El Pregonero, por la vía de la nostalgia, está especialmente vinculado a esta Cofradía de la Pollinita. Uno de sus pasos, Jesús Orando en el Huerto, le es especialmente querido. En su mocedad, ¡ay! Ya lejana, quien les habla fundó, junto a otros estudiantes, una Cofradía bajo igual advocación en Cabra. Quiero rendir homenaje al Cristo Orando en el Huerto de Antequera con una Saeta, estilo Cabra, cantada por un amigo de infancia, Pepe Barranco. Sirva de regalo de uno a otro pueblo:

 

<A tu Padre eterno clamas

sumido en la noche oscura

¡Qué bebida tan amarga!

Esta es la noche más larga…

la noche de tu amargura.>

 

Domingo de Ramos. Niñez y adolescencia. Antequera y Cabra. Y Dios, como decía Juan Ramón, es azul. El Domingo de Resurrección. Alegría del misterio cumplido, del Cristiano que, con Cristo, ha vencido a la muerte. Las campanas de Antequera. Todo es un <golpear de badajos en paredes de bronce>, que decía Juan Alcalde. Y las Cofradías se hermanan aún más si cabe. Alegría de campanilleros de lujo, donde chiquillos y chiquillas, asombrados ellos primero, asombran a quien los contemplan con sus refulgentes ropas. Alfa y Omega de la Semana Santa antequerana, los cofradieros tiene la satisfacción de lo que se ha hecho bien y el reto de saber que es primer día de la Semana Santa siguiente. <Nihil novum sub sole>. Nada hay nuevo bajo el sol. La tradición, la solera. A vosotros os dirige Pablo García Baena los siguientes versos:

 

<La frente se reclina

en la quietud del tiempo.

Las horas se han parado.

Ni el rumor de un latido se oye.

Todo calla>

 

 

La Alegría de la juventud. Lunes Santo. Estudiantes. La juventud es hermosa siempre, y cuando se entrega, se hace sin mesura, sin condiciones. Quizás por eso, cuando la juventud antequerana quiso ser cofrade no tuvo otra ocurrencia que ponerse bajo la advocación de los más antiguos titulares que pudo encontrar: El Cristo Verde y Nuestra Señora de la Vera Cruz, y tiene su sede bajo la espadaña de una de las Iglesias más antiguas de Antequera: San Francisco. De nuevo las palabras mágicas. Tradición y Solera. Los niños que ayer, de las manos de sus padres, se iniciaban en el Rito, hoy lo confirman. El Pregonero, año tras año, ve como muchos de sus alumnos, circunspectos y serios, son hermanacos o directivos, unos recién salidos del cascarón, otros con sus pequeñuelos recién nacidos. Veinte años dan para mucho. Íntimamente el Pregonero quiere ser hermanaco del Cristo Verde. Me vais a permitir, Estudiantes, que os exhorte. Todos conocemos aquella vieja Saeta de Don Antonio Machado:

 

<Dijo una voz popular:

¿Quién me presta una escalera

para subir al madero

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?>

 

Los clavos de Jesús el Nazareno todos sabemos donde están hoy. Vosotros, juventud antequerana cofrade, luchad por un mundo mejor que el que, entre todos, os hemos dado y donde no haya lugar para la injusticia y la guerra. Pedid la escalera. Subid al madero. El Pregonero, como San Pedro, niega, por primera vez, la iniquidad. El pueblo, antes que el Pregonero, ya os demandaba algo parecido cuando en una saeta a vuestro Nazareno de la Sangre, canta:

<Brotaran claveles rojos

a la sombra de tu palio

para cubrir los abrojos

que el odio vaya sembrando>

 

La alegría de las mujeres bellas. La Primavera en Antequera es breve. Y la Semana Santa está en la Primavera. Es también Primavera. Quizás no sea el momento oportuno ni el lugar adecuado para cantar la belleza serena de las mantillas que rezan al Rescate o el bellísimo candor de las acólitas con dalmatita de los Estudiantes. Si piropeamos a la Madre de todas ellas ¿no nos enamoran ellas? No se escandalice nadie. Santa Teresa, con aquella repalojera gracia suya -que era gracia de Dios- afirmaba que hay ciudades donde el Demonio tienta con más manos. Que no les quepa duda que Antequera es una de ellas.

 

SEGUNDA TESELA. LA PENITENCIA.

Junto a la alegría, divina y humana, el contraste, el contrario. La Antequera Penitente, que personificamos en dos Cristos: La Penitencia del Rescate. Quizás la penitencia más andaluza de Antequera. El cristo trinitario tiene dos piedades: su Madre y todas las antequeranas, que con negras mantillas quisieran como mitigar la injusticia y el dolor del Cristo Preso.

 

Y en la Cruz Blanca, apoyada la primavera en el balconcillo de la capillita, oliendo los azahares de la calle pina que baja hacia la Trinidad, la Saeta. Decía Don Manuel Machado:

 

<Canto llano…

Sentimiento

que sin guitarra se canta.

Cantar de nuestros cantares,

llanto y oración.

Cantar, salmo y trino

entre efluvios de azahares

tan humano y, la par,

¡tan divino!

Canción del pueblo andaluz…>

 

La penitencia del Mayor Dolor. Cuando murió Andrés de Carvajal, todas la campanas de Antequera debían haber tocado a miserere como si hubiese muerte, como mínimo, un cardenal. Por regalar una de las joyas de Antequera sólo pidió, que a su muerte, doblasen las campanas cual si hubiese muerto un canónigo. Penitencia honda de Antequera. Negro sayal, esparto, oración y el pueblo entero en San Sebastián, unos de penitentes, y  para el que no hay túnica, vela. El mismo pueblo que por la mañana, bullicioso, al son de bandas, fanfarrias y desfiles han acudido a su traslado. Los contrarios que decíamos antes: El Angelote, curioso como un chiquillo se pone de rodillas por la mañana para no perder puntada en la plaza que tiene a sus pies y por la noche, cuando el Mayor Dolor vuelve a su casa en la iglesia Colegial, la torre más esbelta que tiene Antequera -otro regalo de otro hombre modesto, Andrés Burgueño- se estiliza más, parece que quisiera llegar más al cielo. Cristo del Mayor Dolor, llevas en tus espaldas los surcos de la Vega marcados a latigazos. Todos sabemos quien empuñó el látigo. Todos sabemos que cada una de tus heridas es infringida por la injusticia, la muerte, la guerra. Todos somos sayones de tu Dolor. El Pregonero, en este punto, como San Pedro, en la noche aciaga, niega por segunda  vez, la iniquidad.

 

TERCERA TESELA. CONSOLATRIX AFLICTORUM.

La Reina de la Cruz Blanca y la Vega del Aire. Consoladora de los afligidos. Consuelo y Misericordia. Misericordia y Consuelo. La Madre del Consuelo, para consolarnos y consolar ¡Ay quien pudiera! A su hijo, bailar en el Triunfo de San Pedro. Palio sevillano y rojo.

 

El Cristo de la Misericordia es el más sutil, el más tenue y delicado de los Crucificados de Antequera. Vuelan por él estos versillos:

 

<Que se ha quedado dormido

en la cruz de dos maderos

un lirio blanco transido

por la luz de tres luceros>

J. J. Delgado

 

Y, volando, vuela el lirio blanco por la Calle San Pedro abajo, y, volando vuela su Consuelo para alcanzar su paso. Blanco sobre rojo, y sobre rojos, negro. Santiago. El Pregonero da una tregua, pues conviene no invadir vecinas teselas. El Pregonero acude a un joven poeta antequerano, muerto en plena juventud, Jerónimo Jiménez Vida, que dice a la Virgen del Consuelo:

 

<Señora, dígnate oír

al vagabundo juglar

que, si no sabe cantar,

sabe al menos bendecir.

El Dios de la majestad,

a cuya excelsa bondad

no hay medida que le cuadre,

salvando a la humanidad

te instituyó nuestra madre.

Y, al darte tantos hijuelos,

sabiendo el rey de los cielos

que ibas a quererlos tanto,

hizo más grande tu manto

que todos los desconsuelos.

¡Madre de la compasión,

si me falta inspiración

para cantar tu bondad,

no me falta voluntad

para darte el corazón>

 

Dejábamos ayer a la Primavera apoyada en el balconcillo de la Capilla de la Cruz Blanca. Allí sigue. Quiere ver la Vega del Consuelo. Quiere ver lo que vuestro Pregonero llama <La Vega del Aire>. Los hermanacos de la Virgen del Consuelo son los hermanacos con más suerte de la Semana Santa de Antequera. Ya veréis porqué: Baja el Lirio Blanco. Baja la Roja Amapola y juntos, -sobre blanco y rojo-, iluminan la Vega desde la Trinidad. Entonces, cuando la Virgen se ha vuelto, cuando la Virgen inicia su Vega es el propio aire de la vega el que saliendo de su vega, a la Vega viene. Corre, enamorado, impetuoso, tras ella para no perder la luz de su cara.

 

Entra el aire de la Vega, corcel etéreo, calle arriba, hasta San Pedro y allí de puntillas, besa su palio, que no quiere turbar su pena. Por eso los hermanacos del Consuelo, hermanos de trono del aire de la vega, son los hermanacos con más suerte de la Semana Santa de Antequera.

 

CUARTA TESELA. MATER DOLOROSA.

LA REINA DE SANTIAGO.

A vuela pluma quiero compartir con vosotros, mis recién estrenados paisanos, una intuición, un apunte de cartera. Quizás no reparemos los antequeranos en una circunstancia casi única: Tenemos la suerte de que nuestras grandes imágenes nacen de las gubias de antequeranos. Ya hemos hablado de Andrés de Carvajal. Pero, fijaros bien: Los Dolores, La Paz, El Socorro en parte, La Soledad y la Quinta Angustia son todas obras de otro antequerano, Miguel Márquez. Parece que salta a la vista lo evidente ¿No será Antequera misma quién las ha creado? Dicho queda. Y ahora, al hilo de estos pequeños pensamientos, caigo en la cuenta de algo que me desazona: cierto es que todas las Vírgenes de Antequera son guapas y tienen los ojos grandes, pero, me pregunto ante la nómina que he citado ¿Cómo cantar lo que aún resta?

 

Volvamos a ello. Los Dolores para el Pregonero es la Cofradía más evocadora de Antequera. Barrio de Santiago, mi segundo barrio. Calle Carrera. El viejo <Pedro Espinosa>.  El pregonero, en tus calles, se encuentra entre los suyos. Mi hija, la que nació en Antequera, está bautizada en Belén. Amigos de hoy y de ayer. Amigos presentes y ausentes. Manolo Cobos, compañero del alma, que se fue temprano. Y dentro de la ensoñación del barrio, las evocaciones de la Virgen de los Dolores.

 

Montero Galvache nos regaló la primera: ocurrencia de andaluces; que ponen a la Virgen de los Dolores en la Iglesia de Belén. Dolores de gozo en Belén y de muerte en el Calvario. La Virgen de los Dolores es celestial confitera, pues confiteras son sus hijas Clarisas con las que vive todo el año. Pablo García Baena nos presta, en este punto, su <Cocina de los Ángeles> para esta evocación del Pregonero:

 

<¡Qué ir y venir esta Noche

por las cocinas del cielo!

Clara, en el punto de nieve,

Teresa, entre los pucheros (…)

Amarguillos y perrunas

pizcan los franciscanos legos

y los ángeles peinándose

el almíbar del cabello (…)

Pinches son los serafines

y con albos pañizuelos

espejean como plata

los platos en los plateros (…)

Parihuelas con salvillas,

frutas de sartén, buñuelos,

alfajores, bartolillos,

alojas de caramelo,

bechamelas, mostachones,

capuchinas, borrachuelos,

colman bandejas de azófar,

enmelan los lienzos duendos

y como hostiarios relucen

dulceras en los chineros.

El caldo de la parida

en áureo grial enhiesto

al dar en punto las doce

sirve el maestresala atento.

La Virgen, como es ayuno

un suspiro en su aliento>.

 

Y tras la faena, la Virgen deja su delantal, abandona la masa del bienmesabe y el punto del angelorum y, para su barrio que la espera, luce sus mejores galas. Sale de su casa y con la Virgen del Consuelo, como una afligida más, inicia su recorrido majestuoso por Antequera. Quizás intuya que su hijo, que ella sabe torturado en la columna y caído con la Cruz hacia el Calvario, ya es Misericordia, ya está muerto en el madero. Rojo sobre negro.

 

Decía Don Pedro Lanzat que es la Virgen de los Dolores la más señorona de las vírgenes de Antequera y Montero Galvache la aclama como <celeste Lola viva de los Cielos>. ¿Comprendéis ahora porque os decía que quizás quien la hizo fuese Antequera? Por eso, las gentes de Belén, viendo a la más guapa de las antequeranas, le canta:

 

<No hay pena como tu pena,

dolor como tu dolor,

ni corazón tan sufrío

como el tuyo, Corazón>.

 

Y la Vega de los Dolores, Los Hermanacos de los Dolores no buscan la vega. Los Hermanacos de los Dolores, cuando suben la cuesta de Archidona buscan el punto más alto del barrio para que la Señora, Reina de Santiago, sea mimada, querida y llorada por los suyos, que también son los míos. Honradas gentes de la Calle Carrera, y de las Descalzas, y del callejón de los Urbina y de la Calle Belén. Honradas gentes que viven, trabajan, se afanan, ríen, lloran y mueren… pero el Jueves Santo, cuando su Virgen de los Dolores se recorta desde el ápice de su barrio en la Luna de Nisan, le dice, en un sollozo:

 

<Los ojos de tu dolor,

nos hacen llorar contigo,

llevando toda tu pena

tras la Pasión de tu hijo.

El dolor de tus dolores

se hace dolor en tus hijos

¡Dolores! ¡No estés sola!

Lloramos todos contigo>

 

QUINTA TESELA. VIERNES SANTO.

Si decíamos antes que la Semana Santa de Antequera es un cosmos ordenado y bello, el Viernes Santo es su microcosmos, su quintaesencia. En él están presentes todas las teselas que yo he dibujado y todos los mosaicos posibles. El Viernes Santos es la clave de todo el arco de la Semana Santa de Antequera. Si faltara esta tesela, la más brillante de todas ellas, el mosaico quedaría incompleto. Si faltara esta nota, la sinfonía estaría inconclusa.

 

Yo comparezco hoy en este estrado ante vosotros porque un Viernes Santo, años ha, no me fui a mi tierra, como solía. Desde aquel Viernes Santo, el vértigo de la Vegas, la luz primaveral de la mañana de este día especial, los ojos de la Virgen de la Paz, la Soledad… y la Virgen del Socorro, siempre el Socorro, se apoderaron de mí. Yo ya quería a Antequera. Desde aquel día quise a su Semana Santa. Y la quise desde aquel día porque en el fondo, en esencia, el Viernes Santo es el alma de Antequera, al ser el alma de la Semana Santa. El Pregonero, como el apóstol, cayó de su caballo en el camino de Damasco. Bendita caída.

 

Como ya habréis observado, el Pregonero tiene cierta tendencia al desvarío cuando tiene que narrar algo que ama especialmente. Se impone, pues, otra llamada al orden y al compás. Quiere el Pregonero ser, por otra parte, notario fiel y objetivo de ciertas vivencias que quizás tan sólo la tengamos unos pocos antequeranos y por otra les quiere narrar un viaje interior. El Pregonero quiere, al mismo tiempo, levantar acta y ofrecerles su corazón desnudo, parece que el Pregonero, a fuerza de conciliar contradicciones, a fuerza de buscar armonías, tendrá que barrer su propia casa en este punto culminante.

 

Dice la copla:

¡Ay quien pudiera

fundir en un perfume

menta y canela!

 

Iniciemos, pues, el camino, encomendémonos a la Virgen del Socorro y ¡Salga el sol por Antequera!

 

El Pregonero, el Viernes Santo, se levanta temprano, Tiene que realizar algunas tareas a la que luego aludiremos. Endomingado, con esa chispa en los ojos del que está contento y no sabe muy bien el por qué, acude, con su mujer y, por regla general con algunos amigos o familiares que vienen de fuera, atraídos por la machaconería del Pregoneros que siempre está diciendo que el Viernes Santo de Antequera es único, acude, les decía, a visitar las Vírgenes de Antequera. Antes, cuando mis niños eran niños, tempus fugit, el tiempo se va, el Pregonero disfrutaba especialmente con sus hijos en estas visitas de la mañana luminosa del Viernes Santo. Visitar a la antigua usanza, con traje, corbata, señora y niños. Pero procurando no ser pesados en la visita. Toda Antequera, vaya por Dios, ha salido de visita. El amigo o familiar que no conoce las Iglesias ni las Cofradías de Antequera, sin excepción, queda totalmente sorprendido, divinamente sorprendido. No sabe donde acudir si a los ojos de la Virgen o al dolor del Nazareno, si a los mantos prodigiosos o a los prodigios del Palio, si a las flores o a los tronos, si al detalle o al conjunto de la Iglesia. Y preguntan siempre el por qué del manojo de espárragos. Cuando sale de Santo Domingo, creyéndose que lo ha visto todo no sabe aún que queda el Carmen, y queda Jesús. Y la luz. Luz blanca de Antequera en Viernes Santo.

 

Principiemos ya la visita: Santo Domingo. La Paz. La Virgen de la Paz es la belleza hecha Virgen. El Pregonero la encontrará más tarde, la encontrará en el mar embravecido de la Plaza de San Sebastián, por eso, si hay suerte y cierta tranquilidad en la iglesia, me gusta verla despacio, me gusta recrearme en su cara. Grata visita es esta, casi siempre breve. Antequera, impaciente, revoltosa, está en la puerta, está en la espera. Saludos a los buenos amigos de la Paz y, como siempre suerte. Y a la Virgen, también como siempre, hasta luego.

 

El Carmen. La Iglesia del Carmen es siempre sorprendente. Cuando el visitante que no la conoce entra por primera vez en el Carmen, entra en un poderoso imán: sale disparado hacia el fondo sin reparar en nada más. El Retablo. Hay que advertirle que levante la vista, que mire a derecha y a izquierda, pero a los ojos les cuesta trabajo dejar de mirar el retablo más hermoso que quizás se pueda ver en Antequera. Es esta, pues, visita de ida y vuelta, puesto que ya se ha convertido en costumbre para el Pregonero hacer lo mismo que sus visitas. Primero el retablo, y después, nada mas y nada menos que la Soledad y el Santo Entierro.

 

Todavía resuenan en los oídos de niño del Pregonero el anuncio que, del Santo Entierro, hacían en su pueblo. Torvos penitentes enlutados, que portaban largas trompetas de sonido caótico y, aterrador y unas enormes jofainas de plata, decían a grandes gritos: <Hermanos, una limosna para el Santo Entierro de Cristo>.  El niño, asustando ante la fanfarria y la voz de los limosneros, siempre creyó que las personas mayores, asustadas como él, echaban las monedas en la jofaina para evitar males mayores. Permítaseme la ensoñación. Cosas de la Semana Santa. Antequera y Cabra. Y ya que en ello estamos, nos encontramos ante otra belleza antequerana, de aquellas que hizo Antequera con las manos de Miguel Márquez. La Soledad.

 

Sabes, Soledad, que no puedo ir a verte en la noche del Viernes Santo. Quizás sea este año cuando repare esa deuda de amor contigo. Como anticipo, desde Cabra, el hito mariano donde quizás se quiera más a la Soledad, y más se le cante por saetas, te envío estas dos florecillas auténticamente del pueblo, que con ingenuidad pretenden cantar tu belleza y mitigar tu pena:

 

<la Soledad caminaba

con sus lagrimitas blancas

con luceros encantados

cuando la luna alumbraba>

 

<Madre mía de la Soledad, no

llores ni tengas pena

ninguna que tu hijo

resucita entre las doce y la una>

 

 

El Pregonero ya tiene dicho desde el principio que está ayuno de méritos para medio hilvanar la tarea que le han encomendado, pero alguno si tiene. Solo tiene uno. El Pregonero es hermano de trono, hermanaco si se quiere, de la Virgen del Socorro. Quizás sea la primera vez que esto ocurra en Antequera, que un hermanaco de la Virgen del Socorro sea el Pregonero y entiendo por ello, que el honor de Pregonar no se me hace a mí, sino a lo que represento: mi Cofradía en general y mis ochenta y seis hermanos de trono en particular. Sabed todos, hermanos del alma, que hoy estáis, uno a uno, aquí, conmigo. Sea como sea, es obligación del Pregonero cambiar sus galas por la túnica negra, el Escudo es el mismo, la Cruz de Jerusalén que, orgulloso, luzco en el pecho, y tratar que mi palabra, ¡ay, quien pudiera! Sea horquilla para el Socorro.

 

Os decía antes que el Viernes me levanto temprano. Se desayuna con los hermanacos, en las Peñuelas. Allí están las gentes que ves todos los días y las que, desgraciadamente, no ves casi nunca. Jóvenes, menos jóvenes, padre e hijos. Hermanos todos, y con nosotros, el Hermano Mayor de Trono. Un hombre tranquilo. Paco Marín.

 

Terminado el mollete, apurada la copa de aguardiente, se sube a Jesús. Muchos Pregoneros han hablado, con fina intuición, de un momento muy simbólico: el amarre de la almohadillas. El que les habla, como San Juan, da testimonio de estas cosas que ha vivido. Yo he visto como le amarraba la almohadilla un padre a un hijo. El chaval antiguo alumno mío. Yo respeté el momento íntimo de padre e hijo y observé de lejos. Creo que a los tres se nos echó un nudo en la garganta. Algún día de esto lo comentaré con ellos, mi padre penitente en las procesiones del cielo, en otros días y en otras parihuelas había hecho lo mismo conmigo. Estaba a mi lado. Cosas de la Semana Santa. El Hermanaco mira a su Virgen y, a su modo, reza.

 

Siendo verdad que mi padre estaba allí conmigo, pero sin manos para amarrar, se sirvió de mis padrinos: Antonio Burgos y Luis Cabello. Luis, puro nervio, busca la almohadilla más mullida, reserva la horquilla mas liviana, corta la cuerda, va, viene, regaña… la más inquieta de las abejas al servicio de <La Socorrillo>. Antonio Burgos, mira, callado y se toca el bigote. Noche y día. Gracias padrinos del alma.

 

Amarrada la almohadilla, retomamos la mañana en el punto que la dejamos. Con familia y amigos, salíamos de Santo Domingo. Cuesta de Zapateros, del Viento, de Caldereros. Mi mujer me mira de reojo, y yo finjo no verla. Sé lo que está pensando: <Dios mío ¿podrá?>.  Desde aquí te digo lo que constituye el lema de todos los hermanacos del Socorro. Se lo debemos a otro hermanaco de las procesiones del cielo, <Michelín>,  que decía <No hay que preocuparse, eso es cosa de Ella>. Pero como todavía el Pregonero no lleva su Celestial Compañía, ciertamente la cuesta se hace dura de subir.

 

El Portichuelo resplandece. La espadaña de Jesús parece que  sonriera. Piropos a la Virgen, admiración, alegría franca de las gentes del Portichuelo, de las gentes de Antequera. El Viernes Santo y Antequera siente el prólogo de lo que se va a vivir con expectación.

 

La luz blanca de la mañana se ha convertido en azul. Es por la tarde. El Hermanaco, por tradición, se viste en casa de su padrino Luis. Hermanaco de la Cruz de Jerusalén, de Jesús, de <La Socorrillo>, Jóvenes y mayores. La Tradición, la Solera.

 

Nunca me ha gustado demasiado desfilar. Sin embargo, y desde que lo hice por primera vez como hermanaco, me deja cierto regusto agradable: se le está diciendo a Antequera que nosotros somos los cirineos que le van a traer la Madre del Socorro en volandas, que se la van a mostrar en toda su plenitud,  que se la van a mecer y, cuando Antequera más entregada este, se la van a robar, otra vez en volandas, para depositarla en su joyerito del Portichuelo. Somos, como decía Ángel Guerrero, los <arquitectos del espacio justo> de Nuestra Señora del Socorro Coronada.

 

Empieza la procesión. Empieza el doble viaje del Pregonero, convertido ya en hermanaco. El primer <arriba> dura un siglo. Quiera Dios que todos sean así. El hombre tranquilo, Paco Marín, que antes nos ha dado sus últimas instrucciones, ha dirigido, bien como siempre, la salida del Trono. La luz azul de la tarde invita al gozo y Antequera es el Portichuelo.

 

El Hermanaco, que atiende amablemente a sus hermanos y es correspondido por ellos, que ofrece tabaco y fuma, que acuerda como se va a andar con el de delante, va acoplando el hombro y empieza a pensar en sus cosas. Piensa en los suyos, inicia un curioso examen de conciencia en medio de la multitud y disfruta enormemente en estos primeros compases de la Procesión.

 

La Procesión por la calle Herradores es íntima, recoleta, familiar. El palio de la Virgen llena la calle totalmente y ella la ilumina. Por eso decía Montero Galvache:

 

<Un clamor de bambalinas,

órgano de seda y oro,

va cantando en Antequera

a la Virgen del Socorro>

 

En la estrecha calle de humildes, limpias y recién encalada casitas blancas no caben nada más que la Virgen y sus habitantes, los hermanacos, para no interrumpir el hechizo, andamos casi de perfil, para que no se nos note. Son sus vecinos, sus hijos más próximos. Y la piropean, y llueven pétalos de flores, y lloran las mujeres. Los hermanacos, para no romper el encanto, casi ni hablamos. Los hermanacos. La luz de la tarde de Antequera.

 

Y sobre gozo. Gozo indescriptible. El Socorro empieza a dejar de ser del Portichuelo y empieza a ser de toda Antequera. Llega el Arco de los Gigantes. La Virgen, de los ojos grandes, los abre de par en par admirada ante la belleza de su hija. ¡Qué guapa la Virgen Guapa en el Arco de los Gigantes!, ¡Qué bella la ciudad bella para alegrarle la cara!. Luz violeta en la tarde de Antequera. Las calle altas -el Rastro, el Viento- se resisten a perderla, y le siguen lloviendo pétalos de flor y lágrimas.

 

Cuesta de Zapateros. El palio de la Virgen, inverosímil velero, atisba el mar embravecido de los miles de cabezas de la Plaza de San Sebastián. El Angelote no tiene que arrodillarse para velar, la ve de lejos. Y empieza la singladura, el viraje mágico de la fuente entre miles de sus hijos que la miran arrobados, el giro completo que nos lleva ya sin resistencia a la Antequera baja.

 

El Hermanaco ha disfrutado. Sus hermanos también. A estas alturas de nuestro viaje ya sabemos si vamos bien o mal. Las procesiones del Socorro tienen añadas, como los vinos. El año que no va bien se ven caras preocupadas. Se piensa en la Vega, y se piensa, ante todo, en el lema de <Michelín>: <Eso es cosa de Ella>.

 

El examen de conciencia iniciado en el Portichuelo y abandonado ante el alud de emociones que os he relatado vuelve a estar presente en el alma del Hermanaco. Por eso, cuando ve a su mujer o a sus hijos se emociona, los quiere más, necesita decirles que van con él y que él, con Ella, con <la Socorrilla> va como los mismos ángeles.

 

Llegamos mansamente, sin grandes novedades, dejándonos ir, a la calle Estepa. Lo de siempre, la briega con la horquilla, el refresco. El Hermanaco, cuando puede y no hay mucha bulla se adelanta, emigra breves instantes de la cola, donde sólo ve su manto, y va a mirarle la cara. Y avanzamos, vanidosos, ufanos, henchidos de orgullo. Somos los ochenta y seis hermanos de trono de la Virgen del Socorro, que lo sepa Antequera toda. Las cuatro esquina, y, en lontananza, La Paz. Casi de forma instintiva, cuando el encuentro es inminente, los hermanos de trono mecen a sus Vírgenes. Antequera vibra, y el Hermanaco que les habla, en este punto culminante, ve a la Virgen de la Paz y también la quiere profundamente. Y ante ella, rogándole que reparta universalmente su nombre, le pide Paz para el Mundo. El Pregonero, niega por tercera y última vez, como San Pedro, la iniquidad y la sinrazón de los hombres, de todos los hombres.

 

El pueblo de Antequera se emociona, ríe, aplaude, lanza vivas, llora. Los hermanacos dan por bien empleado su esfuerzo. Pasa el júbilo, se ultiman los preparativos, se disponen los tronos para la Vega.

 

<Vanidad de vanidades y todo vanidad>

 

El Pregonero, enamorado de la Mística pagana y cristiana -Platón, Plotino, San Agustín, San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila- entiende que el correr la Vega se enfrenta a la noche oscura del alma, se enfrenta a la dura ascensión  no sólo física, sino espiritual, se enfrenta a sus pecados pasados y actuales, ha de pagar la presunción y el orgullo de hoy, la vanidad, y ha de pagar también los pecados de ayer. Por eso, correr la Vega del Socorro con su divina carga es una purificación espiritual basada en la negación de la materia, una búsqueda interna a través de la negación de las condiciones físicas que nuestro cuerpo nos impone. Es trascender este mundo mísero… La Vega es… buscar a Dios.

 

Dicho esto, el Hermanaco deja su viaje interior y vuelve al mundo. Paco Marín ha dejado la túnica de lujo. El toque ronco del tambor nos coloca ante la cuenta Zapateros.

 

Suena la campana del trono: Tam, tam…tam. Primer tirón, hay que llegar arriba de la cuesta Zapateros y girar. Se ha llegado. Se horquilla y se trata de respirar. Tam, tam… tam.

 

Hay que llegar a la citarilla de la Paz, y se llega. Y entonces echando mano a unas fuerzas que a esas alturas solo pueden provenir del íntimo orgullo de ser cirineo de la Virgen del Socorro -Perdónanos, Madre, pero es en tu honor- los Hermanacos, todavía en medio de su vega, son capaces de mecer a la Virgen del Socorro ante la Virgen de la Paz para despedirla. Y siguen.

 

Se ha llegado al Portichuelo. Si se piensa bien, si se repasa la película de cómo ocurrió todo, nadie sabrá explicar cómo se consiguió. <Fue Ella>, claro que fue Ella. Se ha producido la catarsis, la purificación. Los extenuados supervivientes de la cuestas, sin saber por qué ni por qué no, sentimos una sensación de felicidad en el alma, un dulce abandono, nos abrazamos como expresión no sabemos muy bien de qué. Quizás sea la vez que estemos más cerca del <Amor Dei>, del Amor de Dios. No sabemos muy bien que ocurre, pero lo entendemos perfectamente. Quizás sea ésta la última y más profunda contradicción. Tengo, en este momento concreto y de forma ineludible, que citar a San Juan de la Cruz:

 

<Yo no supe donde entraba,

pero cuando allí me vi,

sin saber donde me estaba,

grandes cosas entendí,

no diré lo que sentí,

que me quedé no sabiendo,

toda ciencia trascendiendo>.

 

Todos los tronos se encuentran arriba, Antequera vuelve a ser el Portichuelo. Se cierran las puertas de Jesús. Antequera, la luz blanca, luz azul, luz violeta… Antequera, ya sin luz, se apresta a enterrar a Cristo. Se cierra el rito. La regla se ha cumplido. Mi padre penitente de las procesiones del cielo, se ha quitado como yo, la túnica negra. Mi padre, como yo, ha llevado sobre sus hombros el Socorro, -Cristo él, Virgen yo- hoy, para él  y para mí es Viernes Santo. Cristo del Socorro en Cabra. Virgen del Socorro en Antequera. La tradición. La Solera. <Hoy la memoria escoge el camino más corto para herirme>.

 

He dicho.

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