Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1956) D. José Ruiz Ortega - El Pregón

 

P R E G Ó N

Señores radio oyentes:

No escucháis la autorizada palabra de un sabio teólogo, que se proponga explicar lo que en el misterio de la redención de la Humanidad, significan Jesucristo y su Madre Santísima, cuyas imágenes bajo diversas advocaciones, han de recorrer procesionalmente nuestras calles en la próxima Semana Santa. No es tampoco la voz que os habla, la de algún docto filósofo, que, a la fría luz de la razón, intente demostraros las eternas verdades de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y de la pureza virginal y sin macha de la Virgen Inmaculada. No ha de absorber vuestra atención, el elocuente alegato del Jurisperito, que, siguiendo la moda actual, analice y haga patentes las monstruosidades jurídicas cometidas por el Sanhedrín y el Gobernador de Judea en el proceso que culminó con la crucifixión de Nuestro Salvador. Menos aún, se os va a someter por un artista el análisis crítico de los gloriosos imagineros antequeranos Pedro Roldán, Diego Márquez de la Vega, Andrés de Carvajal y Campos y Miguel Márquez García, al tallar nuestras Dolorosas y nuestros Cristos; o la habilidad de nuestros extraordinarios orfebres, al cincelar el oro y la plata para formar las coronas, cruces, candelabros, varales de palios y aplicaciones que son galas de nuestros pasos, o los primores realizados por nuestras bordadoras en las valiosas túnicas, mantos y palios de nuestras imágenes. Ni, por último, vais a deleitar vuestros oídos escuchando la armoniosa prosa rimada de un poeta, que cante al azul purísimo de nuestro cielo;  a la poesía del ambiente perfumado por el aroma de las flores de nuestros jardines; a la extraordinaria belleza de nuestros pasos procesionales; al sin par desfile de cada Cofradía, cuando sale de casa de su mayordomo, precedida de sus maceros la Junta Directiva, en unión de las autoridades, llevando el guión insignia y seguidos por dos largas filas de encapuchados cofrades, vistiendo la túnica, y entre estas filas, otra, de los portadores de ricos estandartes de plata y tarjetas de repujado marco del mismo metal, en que se exhiben artísticos óleos con escenas de la Pasión; y, de trecho en trecho, tras campanilleros de riquísimas túnicas de larga cola, totalmente bordadas en oro y engastadas de valiosa pedrería, los hermanos mayores de insignia, luciendo fastuosos el terciopelo y oro de sus recamadas túnicas, presidiendo a los fornidos hermanos, que, sobre sus hombros han de llevar la pesada carga de los pasos. Y cerrando la comitiva, una banda de música que desgrana en el aire notas melancólicas, mientras el Sol de la tarde reverbera en la plata de estandartes y tarjetas y en los oros y pedrería de túnicas y capirotes. Y ese poeta, cantaría también el momento solemne y emocionante en que las imágenes, a los acordes del Himno Nacional, salen de su Iglesia, y a su triunfal recorrido por las calles, en que, en el inusitado fervor mariano de nuestro pueblo, se oyen entremezclados la oración con la saeta, y los vítores con los piropos a María Santísima, inspirados en tan exaltado fervor, que a veces raya en  leve y disculpable irreverencia. Y cantaría también el poeta al maravilloso juego de luz de bengalas y reflectores, fulgurando sobre los oros y constelaciones de rica pedrería de túnicas y mantos, de palios y coronas. Y su lirismo se desbordaría al describir la emocionante subida al regresar a su Iglesia por las empinadas cuestas, totalmente iluminadas por numerosas bengalas multicolores, en que, a una velocidad vertiginosa y perforando una compacta multitud, los pesados pasos, algunos de los cuales tienen necesariamente que ser llevados a hombros por cincuenta hermanacos, encaramado sobre éstos el hermano mayor del paso, que, asido con una mano a un varal del palio, alza en la otra, una bengala con que ilumina el lloroso semblante de una Dolorosa, hasta llegar a la puerta de la Iglesia entre vítores estentóreos y acordes musicales a que pone fin los solemnes y emotivos compases de la Marcha Real Española, que saluda a las imágenes cuando entran en su templo.

 

Pero el que os habla no es teólogo, ni filosofo, ni jurisperito, ni crítico de arte,  ni poeta. Más cerca está de aquel humilde servidor del municipio, que, antaño, cuando no existía la radiodifusión, acompañado del tamborilero, iba de esquina en esquina y de plaza en plazuela, y, tras un redoble de tambor, divulgaba entre los vecinos las ordenes del cabildo, o las de la Justicia y Regimiento de la Ciudad, o que, en la mañana de un domingo de Febrero, desde uno de los balcones de la Casa Consistorial, anunciaba a grandes voces los nombres de los mozos y el número que a cada cual  había correspondido en el sorteo de quintos.

Por consiguiente, la función que me ha sido encomendada por el señor Presidente de la Agrupación de Cofradías, organismo que, en cuanto a procesiones, tiene hoy conferidas por delegación, atribuciones de los dos cabildos, el secular  y el eclesiástico, no es otra que la de ser pregonero de las fiestas de nuestra próxima Semana Santa. Y como para ser pregonero en el estricto sentido de esta palabra, no hacen falta cualidades excepcionales, no me ha sido posible rehusar el encargo. Menos mal, que, a falta de otras mejores, el pregonero tiene la condición de ser viejo, y como el diablo, sabe más por viejo que por diablo, me permitiré amenizar el pregón con algún comentario de mi propia, aunque menguada cosecha.

Atención, pues, que doy principio al pregón, diciendo como el Arcipreste de Hita:

“ En el nombre del Padre, fizo toda cosa... .” y de orden del señor Presidente de la Agrupación de Cofradías, se hace saber, que, mañana Domingo de Ramos, darán comienzo los desfiles procesionales de la Semana Santa, saliendo en la tarde, la procesión que, impropiamente, empieza a ser llamada de la Pollinica, cuando en la humilde opinión del pregonero, que es antequerano por los cuatro costados, para que no se nos pueda acusar de plagiarios, y amoldándonos al léxico local, más bien debiera ser llamada de  “La Borriquilla”, que es el nombre con que en Antequera se acostumbra a nombrar a la hembra del asno cuando es pequeña.

Pero dejando a un lado opiniones propias, tal vez impertinentes, y ateniéndome de nuevo a mi función de pregonero, os anuncio que la cofradía a que me vengo refiriendo, a su paso, ya conocido, de Nuestro Señor haciendo su triunfal entrada en Jerusalén, unirá este año por vez primera, el de Nuestra Señora de la Consolación y  de la Esperanza, que viene a demostrar, una vez más, el carácter esencialmente mariano de las procesiones de la Semana Santa antequerana, pues, como habréis observado, ninguna de nuestras antiguas cofradías, omite en su procesión un paso con la imagen de la Santísima Virgen.

Así vemos que, cuando en el año 1.679, con motivo de la epidemia que asolaba  la  población, las autoridades sanitarias se vieron en la triste necesidad de enviar al quemadero a la Virgen de la Paz, fue hurtada durante su transporte por unas beatas que habitaban en la calle de Belén,  y que la ocultaron durante toda su vida, legándola a su fallecimiento a la Iglesia de Santiago, donde en la actualidad se venera bajo la advocacion de Nuestra Señora de los Trabajos, en la capilla de la Virgen de la Salud, la Real y Pontificia Archicofradia del Dulce Nombre de Jesús, se preocupó inmediatamente de hacer tallar otra imagen de Nuestra Señora de la Paz, afirmándose que fue el imaginero antequerano Andrés de Carvajal y Campos, casado con doña María Magdalena de Talavera, que como buena Talavera, sería seguramente de Abajo, lo mismo que su marido, que está enterrado en la Cripta de Santo Domingo, quien esculpió la bellísima imagen de Nuestra Señora de la Paz.

Nuevamente hoy viene la Cofradía de Nuestro Señor a su entrada en Jerusalén, a demostrar uniendo a su procesión una imagen de la Santísima Virgen, que es el fervor mariano el principal estímulo de la Semana Santa, cuyas procesiones ningún antequerano concibe, sin que a la imagen de Cristo acompañe otra de su Madre Santísima, fervor que en el corazón de los antequeranos tiene raíces tan profundas, que datan de veinte siglos, pues cuando el Apóstol Santiago, hijo del Zebedeo, estuvo en Antikaria, hoy Antequera, a predicar el Evangelio, discutió con los Pontífices de los Césares Cornelio Próculo y Cornelio Basso, a los que venció convirtiéndolos a la verdadera fe, y dada la extraordinaria devoción del Apóstol por la Madre de Jesús, que se le apareció en carne mortal sobre el Pilar de Zaragoza, es evidente que el propio Santiago inculcó a los antikarienses o antequeranos el fervor mariano que se ha mantenido a través de los siglos, incluso durante la dominación de los árabes, como lo prueba el hecho de que Santa Argéntea, que nació y vivió en suelo antequerano, llevada forzadamente a Córdoba por el Emir Abderramán III, sufriera el martirio en dicha capital el 13 de Mayo del año 937 por predicar la fe de Cristo, y  pues,  en Antequera había mozárabes, esto es, cristianos que convivían con los árabes, es bastante verosímil que perseverase entre ellos la devoción a Nuestra Señora.

Al comenzar el siglo XV, cuando aquel glorioso Infante de Castilla, Don Fernando, hermano de Enrique III el doliente, y tutor del rey Don Juan II, se disponía a emprender la guerra contra los moros de Andalucía, y dudaba entre seguir la opinión de los magnates que le aconsejaban poner cerco a Baza, o la de los que querían desalojar a los moros de Gibraltar, a lo que podía contribuir la flota de Castilla, o la de los partidarios de acometer la conquista de Antequera, optó por ésta el Infante porque, como cuenta el doctor  Alonso García de Yegros en su Historia de Antequera, se presentó en Córdoba un religioso del Cister con dos niños, uno de diez años y otro de once, que estando cautivos en Antequera, fueron libres por medio de la Reina de los Ángeles, que los puso fuera de las mazmorras de esta villa, y les dijo que caminasen sin miedo; pero a los tres días se perdieron, y no sabiendo que dirección tomar, estaban muy afligidos, apareciéndoseles otra vez la Santísima Virgen, que los llevó a Peñarrubia, y desde allí les mostró el Castillo de Teba, que era de cristianos desde 1.330, y siendo allí acogidos, fueron llevados a Córdoba para que ellos mismos narrasen al Infante la forma en que habían sido libertados.

El 10 de Abril de 1.410 reunió el Infante a todos los Prelados, señores y capitanes que le seguían, dándoles cuenta del suceso, adoptándose el acuerdo de venir sobre Antequera, a donde llegaron el  día 26 de Abril.

Aunque este hecho, por sí solo, hubiera sido bastante para que se iniciara la devoción mariana entre los que habían de ser conquistadores y pobladores de nuestra Ciudad, como si la Santísima Virgen quisiera dar mayor fuerza a dicha devoción y, al mismo tiempo, dar vida a las procesiones marianas en nuestro pueblo, aún se produce otro hecho prodigioso que, en mi libro “Así es Antequera”, recojo de la Historia del Dr. García Yegros y de la Crónica General de España, escrita por Garibay durante el reinado de Felipe II, y que consistió en que como consecuencia de haber recibido el rey de Granada la noticia de encontrarse sitiada Antequera, concentró el día 4 de Mayo en Archidona un ejército formado por cinco mil jinetes y ochenta mil peones, que puso bajo el mando de sus hermanos Cidi Ahmet y Cidi Alí, que, en la madrugada del 5 de Mayo, salieron amparados tras la sierra, acampando en la Boca del Asno, desde donde enviaron una fuerte avanzada en misión de reconocimiento, mandada por Arabella, alcaide de Ronda, que descubierta por D. Sancho de Rojas, fue derrotada, muriendo Arabella con dos de sus capitanes. Esta escaramuza fue causa de que el Infante reforzara las posiciones de la Rábita, hoy Virgen de la Cabeza; Santa Lucía y Martín Antón, desde donde en la mañana del día seis, vieron avanzar en orden de batalla toda la caballería mora, seguida de tan extraordinario número de hombres a pie, que no se podía calcular a cuantos ascendían.

Trabose combate y como el Infante tuviera noticias poco satisfactoria del mismo, el propio Don Fernando se puso al frente del resto de sus tropas y se encaminó al lugar de la contienda, llevando tras ellas procesionalmente la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, que hoy se venera en la Iglesia de San Sebastián. Los moros que ya habían llegado al Portichuelo, al ver avanzar a estas huestes en perfecto orden, acaso creyéndolas superiores en número emprendieron la retirada, enardeciéndose las fuerzas cristianas temerosas de que la imagen de Nuestra Señora pudiera caer en poder de los infieles, con lo que la retirada se trasformó en vergonzosa huida, que dio nombre al sitio que hoy se llama “la carrera del moro”, dejando sobre el campo más de quince mil cadáveres.

Y como es verdaderamente extraordinario que un ejército de quince mil hombres, que eran aproximadamente los que mandaba el Infante, causara tal desastre en unos de ochenta y cinco mil, no es extraño que esta primera salida procesional de María Santísima por Antequera, haya consolidado y acrecentado el fervor mariano, de cuya persistencia nos da prueba una cartela que vemos en el zócalo de la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, en la que leemos que en el año 1.660, padeciendo la ciudad una terrible epidemia de peste fue traída de su Iglesia de las Suertes la milagrosa imagen de la Virgen de los Remedios y haciéndose una procesión general de rogativa, se logró con tan poderosa intercesión la sanidad milagrosa.

Otra cartela del zócalo de la misma Iglesia, nos informa de que el 8 de Septiembre de 1.702, empuñando las espadas los nobles, los regidores y los jurados, la ciudad renovó su voto de patronazgo, hecho el año 1.546, e imploró el auxilio de la excelsa señora en favor de las católicas armas, y muy especialmente de los 700 antequeranos,  entre los que iba la mayor parte de la nobleza, que a expensas de Antequera, acudieron al Puerto de Santa María, Rota y Puerto Real, para contribuir a desalojar  de allí a los ingleses; y habiéndose logrado la más completa victoria, volvió la tropa a Antequera sin faltar ni un solo hombre.

En la capilla de la Virgen del Rosario, de  la Iglesia de Santo Domingo, hay un cuadro ofrecido por Juan Bautista Napolitano, en acción de gracias a esta Virgen por haber puesto fin a la epidemia de peste padecida en Antequera el año de 1.679.

Más de cincuenta esculturas de María Santísima proclaman en todas las Iglesias de esta ciudad la ferviente devoción mariana de los antequeranos, siendo curioso y significativo que dos siglos antes de que Su Santidad Pío IX proclamara el dogma de la Inmaculada Concepción, se exigiera en Antequera para el desempeño de cualquier cargo o para ejercer una profesión, que el interesado prestara juramento “en forma de derecho, a Dios y una Cruz, de usar tal oficio bien y fielmente y de defender la limpieza, pureza y virginidad de la Reina de los Ángeles, la Virgen María Santísima, Señora Nuestra, Madre de Dios, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su purísimo ser”, formula que he copiado del acta de la sesión celebrada el día 7 de Agosto de 1.693, en que prestó juramento el Procurador “del número” de esta ciudad Miguel Torralvo de Anido.

Esta devoción que lejos de atenuarse, ha sido acrecentada por la emulación (y no digo rivalidad, porque esta no puede existir entre hijos de una misma madre) que durante cuatro siglos pervive entre nuestras dos principales cofradías, hace que sea consustancial con nuestras procesiones el paso de la Santísima Virgen, porque en Antequera no se concibe que una madre no acompañe a su hijo cuando este sufre, es torturado o muere; y siendo María Santísima la Madre por excelencia, modelo de madres, cifra y compendio del amor maternal; de aquí que no puede faltar en ninguna procesión de la Semana Santa antequerana; y, si bien en la procesión de Cristo Rescatado, se produce la excepción es de tener en cuenta que este año, es el primero de existencia de su cofradía, por lo que bien podemos esperar que no tarde muchos en acompañarle por las calles de esta Ciudad una Dolorosa que tiene en su altar en la Iglesia de la Trinidad, de igual modo que el miércoles veremos la Dolorosa que esculpió Andrés de Carvajal, seguir llorando al Cristo del Mayor Dolor, obra del mismo imaginero del siglo XVII; y el Jueves Santo acompañará María Santísima del Consuelo  al Santísimo Cristo de la Misericordia, y el Viernes Santo irá tras el Dulce Nombre, Nuestra Señora de la Paz; y, en pos del Nazareno ayudado por el Cirineo, María Santísima del Socorro, la Virgen Morena que tiene su sede precisamente en el sitio desde donde los infieles huyeron aterrorizados el 6 de Mayo de 1.410 cuando desde allí vieron a las aguerridas huestes mandadas por el propio Infante D. Fernando, a las que seguía la primera procesión mariana que pisó el suelo de Antequera; y el Sábado veremos en la procesión del Santo Entierro, a María Santísima de la Soledad, tras la urna que encierra el cadáver de su Divino Hijo.

Como habéis oído, el pregonero ha intentado demostrar que nuestras procesiones de Semana Santa, que no son de ayer, ni de hace cincuenta años, sino que cuentan ya más de cuatrocientos años de existencia, puesto que hay constancia de que ya salían en el año 1.527, son esencialmente una exaltación del fervor mariano de esta ciudad, que busca su exteriorización precisamente en los días en que se conmemoran los más acerbos dolores de María Santísima, como si los antequeranos, sintiéndose ante todo y sobre todo sus hijos, quisieran estar más cerca de ella,  no en los días de gloria, como el Domingo de Resurrección, o la festividad de la Ascensión, el Corpus, o la Asunción, sino en los de su mayor duelo, para consolar a tan excelsa Madre, dándole prueba plena de su amor apasionado e inextinguible, de que es fiel expresión el lema “POR SU AMOR” grabado en el escudo heráldico de la ciudad, con las cinco azucenas que simbolizan la pureza inmaculada de María.

El pregonero ha dado fin a su modesto cometido, diciendo su pregón lo mejor que supo; permitidme, señores radio - oyentes, que, antes de separarme del micrófono, ofrende mi humilde trabajo  a los pies de María Santísima del Socorro, mi Madre y Señora, suplicándole reverente, que me cobije bajo su manto, ese mismo manto bajo cuya protección me colocó en los primeros días de mi existencia la bendita madre que me dio el ser.

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