PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE ANTEQUERA
PRONUNCIADO EN LA REAL COLEGIATA DE SANTA MARÍA LA MAYOR AÑO DE 1.974.
POR
D. JUAN J. RODRÍGUEZ ROSADO.
Datos biográficos de D. Juan J. Rodríguez Rosado Nace en Málaga, allá por el año de 1.933, donde pasa los primero años de su vida al cuidado de su tía materna doña Ana Rosado. Cursa sus estudios de bachillerato en el Colegio de San Agustín de los P.P. Agustinos, observándosele en esos años jóvenes la predilección por las letras. A los dieciséis años comienza sus estudios de Derecho en la Universidad Reina María Cristina del Escorial, compaginando estos estudios con los de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, consiguiendo en licenciatura y doctorado sobresaliente “cum laude”. A principios de la década de los sesenta, convertido en un brillante profesor universitario, prepara su tesis doctoral “Finito e infinito en Kant” –premiada y publicada- sobre el filosofo de Königsberg. Apasionado desde su juventud por la poesía, publica ensayos y poemas en la revista “Nueva Etapa”. Distintos poemas de su juventud quedarían recopilado en el libro “Sonetos de Ángel”. En el año 1.966 obtiene la Cátedra de Metafísica de la Universidad de Valencia. Estos años valencianos son para él fecundos y activos, produciendo nuevas publicaciones, artículos, conferencias, y lanzamiento de una nueva revista: “Estudios de Metafísica”, etc. Desde el año 1.971 su labor docente y de investigación se ha desarrollado, hasta su muerte, en la Universidad de Navarra. Ya en su madurez se publican sus obras más importantes; La aventura de existir y Dimensiones de la realidad. Dirige el Departamento de Metafísica y como Vicedecano de Letras está al frente de la sección de filosofía. Bajo su guía, el Anuario Filosófico de la Universidad de Navarra se convierte en una publicación de prestigio internacional. Juan Rodríguez Rosado es ya una persona querida y respetada por los filósofos de las más prestigiosas universidades americanas y europeas. Siempre se sintió muy antequerano, entrañablemente unido a esta tierra, donde pasó parte de su vida, los días de descanso transcurren entre trabajo intelectual y la vida campestre, compartida entre Antequera y su finca de las Fresnedas, y durante ellos, Juan Rodríguez Rosado va calando hondamente el sentimiento cofrade, interesándole vivamente los aspectos religiosos de la Semana Santa antequerana y las formas en que el pueblo llano vive la Pasión de Cristo.
P R E G Ó N PREGÓN, ENTRE VERSO Y PROSA, DE LA SEMANA SANTA DE ANTEQUERA.
¡Antequera que te meces entre el Torcal y la Peña! ¡Oh!, noche antequerana que te duermes mecida al aire de tu fértil vega, rodeada de verdes olivares, acunada en el aire de tus sierras. ¡Oh!, sierras encrespadas del Torcal, y el pino verde al pie de tu ladera; laderas donde pastan balando alegremente las ovejas. Tierras de labrantío verde y rosa, tierra de corazón y de alma entera. ¡Ay!, Antequera se mece entre el Torcal y la Peña. Peña de Enamorados, que el corazón recuerda. La vertical al cielo, la horizontal surgiendo de la vega. ¡Ay!, si yo fuera poeta cuantas cosas bonitas te dijera.
Pero dejo de momento el verso y me refugio en la prosa de la historia para cumplir mi papel de pregonero y de juglar. La historia, historia de Antequera, surcada de leyendas. Y antes de entrar en la historia, dejadme agradecer a mis amigos, al señor alcalde, al presidente y sus colaboradores y especialmente a mi presentador, esta invitación que me emociona y llena de gozo al incitarme a hacer el pregón, entre verso y prosa, de la Semana Santa de Antequerana.
¡Antequera, Anticuaria latina, la árabe Antakirana, ciudad antigua!
Oí una vez de niño que, cuando Dios hizo al mundo, miro a España y quiso besarla. Para estampar su beso en la faz española, puso la mano y se arrodilló. Las huellas de la mano del Gran Dios son las rías gallegas, y se arrodilló para besar la tierra andaluza. ¿Daría el beso en Antequera?. La verdad es que Antequera tiene ángel, tiene don divino. Tener ángel es algo que entienden bien los andaluces. También las Ciudades tienen ángeles y no sólo lo tienen las personas. Por eso, Antequera tiene gracia, belleza, arte. El ángel de Antequera revolotea de la Peña al Torcal, del Torcal a la Peña, batiendo sobre la ciudad sus celestiales alas. Antequera se encuentra a caballo entre la naturaleza y la historia, entre la piedra y la leyenda. Entre el Torcal y la Peña. Inspirado por esas coordenadas, el pregonero vuelve al verso. Para el Torcal, un soneto. Para la peña un romance.
SONETO AL TORCAL. Agrestes siluetas verticales de rocas escarpadas bajo el cielo; surtidores rupestres en anhelo de dominar los puntos cardinales. Naturaleza pura. Colosales laberinto del alma que en desvelo se va tiñendo del azul del cielo de la vieja Antequera. Horizontales quedan lejanos verdes, en la vega, los verdes de ese trigo que se riega con esa escarcha de las noches solas. Tierras de corazón, cumbres del alma para soñaros vivas en la calma de un olivar al viento entre sus olas.
ROMANCE A LA PEÑA. Peña de Enamorados picachos de la sierra donde el viento se mece y el agua brota y riega. Vega de trigos verdes bajo el sol de Antequera; cortijos blanqueados, azul de cielo y sierra. Cortijos andaluces donde Dios se recrea. Cortijos, como antorchas, alumbrando una estepa sembrada de trigales que el corazón abreva. ¡Ay!, Antequera se mece entre el Torcal y la Peña. La cuesta del Romeral quiere perseguir cometas. Sobre los agrestes montes trepan nerviosas las yedras. Montes agrestes que acunan la verde y tranquila vega: perdices van caminando por las cimas de las sierras. Sierras de cabras montases, sierras de cazar estrellas. Peña de Enamorados, vertical de la vega. El corazón a solas, en su latir te lleva. El corazón a solas dice como el poeta: ¡Ay!, Peña de Enamorados, ¿Quién te vio y no te recuerda?
La peña de los Enamorados tiene su leyenda tradicional, que el juglar pregonero ha sintetizado en romance:
Un caballero cristiano a las puertas de Antequera, llama pidiendo combate, pues que viene en son de guerra. Pero el alcaide de Ronda, que se llamaba Arabella, la pide a Alcarmen, entonces el alcaide de Antequera, que le deje combatir con el cristiano en la vega. El caballero cristiano -Don Tello su nombre era- vence y cuida en sus heridas al gran alcaide Arabella. Cuando llega la morisma, a Tello hay quien lo defienda. Su abogado defensor es el alcaide Arabella.
Alcarmen tiene en palacio el retrato de una bella. Por él viene desde lejos el cristiano en lid abierta que conoció prisionero de Fátima la belleza, cuando se encontró cautivo por un designio de estrellas. Huyen juntos a caballo Don Tello con Arabella. Arabella le pregunta que cuál su secreto era. Don Tello, huérfano y niño en la sevillana tierra, había cruzado mares y conoció a una bella. Por su retrato venía a galope hacia Antequera, porque sabía que Alcarmen adoraba a la doncella. Pero Alcarmen vio visiones que luego realidad eran: que Fátima se enamora de Don Tello con su ausencia, que Don Tello huye a caballo con Fátima, la más bella mujer de cuerpo y de alma que Alá arrojó en esta tierra. Alcarmen les pone cerco. Bebe los vientos por ella. Los amantes, que han perdido de su caballo las riendas, acosados por el moro se refugian en la Peña. Pues antes de separarse quieren arrojarse de ella. Acosados, se lamentan, se abrazan y se despeñan. Queda flotando en el aire, un aire de primavera, un abrazo que es historia, una historia que es leyenda.
En la leyenda de la Peña, Antequera y Ronda se conjugan a través de sus alcaides, Alcarmen y Arabella. El pregonero recuerda para Antequera lo que cantó el poeta de Ronda: que sí ella
“tuviera mar la mar tan azul sería, un viento verde de olivos temblando la rizaría”.
Pero vayamos de la leyenda a la historia:
Como Valencia dio nombre al Cid, Antequera dio nombre a Don Fernando, que pasaría a ser, en la historia, Don Fernando de Antequera.
Su imagen, encaminándose a la ciudad del Torcal, parece arrancada del poema del Cid:
“Por esas tierras de moros, apresando y conquistando, durante el día durmiendo, por las noches a caballo, en ganar aquellas villas, pasa Mío Cid tres años”.
También pasó el Infante su tiempo en la toma de Antequera y de sus villas, Casabermeja y Cauche; cuando entra en ellas también puede repetirse lo que el anónimo cantor dijera del Cid:
“Vierais allí ojos profundos a todas partes mirar, a sus pies ven a Antequera, como yace la ciudad, y allá por el otro lado tienen a la vista el mar”.
Un sueño convertido históricamente en realidad es la toma de Antequera por Don Fernando. El pregonero pide perdón por contarla con sus versos:
¡Salga el sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera! Fue el grito de Don Fernando Don Fernando el de Antequera, que decidió su cruzada por ganar ciudad tan bella. Era la hazaña arriesgada, difícil y ardua la empresa, pero las gestas heroicas merecen su recompensa. Por eso es aún historia que gentes de España entera repiten sin saber cómo: ¡Salga el sol por Antequera! Que es tanto como decir: ¡Y que sea lo que Dios quiera!
Antakirana se rinde y hace Población de sus armas. Antiquaria se decide ante las huestes cristianas. Oh, plaza noble y guerrera, ciudad de ángel con alas, que va meciendo tu viento, con ritmo de cimitarra. Ciudad de galope largo, con un ángel a tu espalda. Antakirana la bella. Antiquaria del alma.
Antequera, la bien amurallada, se rinde ante las armas. Armas cristianas. La esperanza de Cristo, vence ante las antorchas musulmanas. Y lleva la morisca en su recuerdo piedras de sus murallas. Murallas de Antequera, símbolos del amor y la esperanza.
En busca de otros cielos, ved como huye ya la morería. La esperanza cristiana ha florecido sobre un cielo de estrellas amatistas. La Cruz y la esperanza... ¡Ved como huye ya la morería! Pero excepciones tiene nuestra historia, que es maestra de vida, y un moro enamorado, Abencerraje, vuelve a cumplir su cita. Una cita de amor que el alma embarga con Jarifa la bella, la de Coin, bonita como el sol de Antequera. ¡Ay, mira, como huye por la vega desesperadamente ya la morería! Abencerraje y Jarifa son símbolos de amor que se entrecruzan entre Antequera y Ronda, pero mientras... corre en la vega verde la morisma. Abencerraje y Jarifa, cuando huye la morería, cumpliendo cita de amores recorren la villa antigua. La ciudad viste de luces. La historia de su conquista tuvo la excepción del moro que volvió a cumplir su cita. Mientras tanto, por la vega, en la noche blanquecina, sobre corceles vencidos camina la morería. La Peña ilumina el campo como una antorcha encendida.
¡Ay, mira como huye, entre los verdes olivares, triste, perdída la ilusión, la morería! El corazón deshecho, la esperanza perdida. ¡Ay, mira, antequerano, como huye, con el alma a la espalda la morisma! ¡Ay, mira, antequerano, como brilla la cruz sobre las torres de tus templos, la esperanza en sus cimas! Ciudad de corazón y de alma entera, mi corazón te admira.
Y ahora el pregonero, inspirándose en la historia de la hermosa Jarifa, quiere cantar a la mujer antequerana, que es dos veces bonita, por antequerana y por mujer:
Antequera: tu ángel y tu alma resplandecen en los bonitos ojos de tus hijas. Mujer antequerana, Tú eres cima de esta historia de amor y de desvelo, de esta cita de un alma enamorada, cielo de cimitarras a la grupa, de un corcel galopando enamorado de ojos bellos que eclipsan. Mujer antequerana, mi corazón te admira, y mi verso se rinde a tu mirada, y el pensamiento adora tu hermosura. Mujer antequerana, profetizas vírgenes de esperanza y de amargura.
Símbolo de una Virgen que acompaña al hijo con su cruz, por esos campos y caminos que son drama en la historia, drama que se consuma en el calvario. Mujer antequerana, la de mantilla negra, que acompañas a Cristo con tus pasos. Retrato estremecido de la Virgen, ¡viva antorcha de una mujer llorando! Ante el paso del Cristo yo he visto tu quebranto. Sabes estremecerte por amor, y asomarte a un balcón, por ver un paso, ¡Mujer antequerana, corazón y memoria estremecidos de una Virgen llorando! ¡Mujer antequerana, símbolo de dolor, de amor, de llanto! Eterna compañera de la Virgen, llevas el corazón entre tus manos. Mujer antequerana, imagen de la Virgen: una mujer llorando, preñada de esperanza por ese crucifijo en sus entrañas, y en sus manos, un corazón de hombre palpitando. Mujer antequerana, recuerdo de una Virgen a los pies del calvario. Esos ojos bonitos con que miras, perdona que te diga, son prestados de una Virgen que quiso especialmente a la mujer antequerana. Y que desde el calvario te dijo con mirada que era encanto: te los presto, para que mires al Crucificado. Mujer antequerana, esos ojos, prestados de la Virgen, quien pudiera cantarlos.
El juglar terminó el prólogo histórico al Pregón de la Semana Santa cantando a Antequera por su historia.
Por esta historia y tus leyendas tienes un ángel que envidian las estrellas. El estrellado cielo por la noche duerme soñando el verde de tu vega, los vírgenes pinares de tus montes, al aire agreste y fresco de tus sierras, ese olivar y ese trigal que vive, esperando fecundas sementeras. ¡Ay! verdes de aceitunas y trigales, que de la tierra virgen son promesa. Por ellos, tierra mía, en la distancia, cuando el recuerdo nace con tu ausencia, entre un remanso de melancolía el corazón en su latir te lleva. Tierra de alma y corazón entero, retirada resonancia siempre nuevas. No existen las palabras para hablarte, para decir que el corazón recuerda lejano y a distancia de tu cielo el ángel que te mece y se recrea, sobre ese soplo helado de tus cotas, en el eterno mar de tu belleza. ¡Ay, Antequera se mece entre el Torcal y la Peña!
Pero el pregonero quiere seguir prendido de los ojos de la Madre Dolorosa, de la mujer antequerana, y seguir con la mirada de ellos la vía de la Pasión. El pregonero quiere anticiparos el paso de los Cristos y las Vírgenes por las calles antequeranas.
Esos Cristos Nazarenos y esas Vírgenes Dolorosas que forman la cadena procesional de la Semana Mayor de Antequera. Aunque lo conocéis mejor que yo, el pregonero, haciendo de juglar atrevido, quiere asistir con sus paisanos al itinerario de las Cofradías. Y como este itinerario nos va a hacer caminar por el “Vía Crucis” de la Pasión, el pregonero quiere invocar a Santa María, con unos versos de Gerardo Diego:
“Dame tu mano, María, la de las tocas moradas. Clávame tus siete espadas en esta carne baldía. Quiero ir contigo en la impía tarde negra y amarilla. Aquí en mi torpe mejilla quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa lágrima que brilla. Déjame que te restañe ese llanto cristalino, y a la vera del camino permite que te acompañe. Deja que en lágrimas bañe la orla negra de tu manto a los pies del árbol santo donde tu fruto se mustia. Capitana de la angustia: no quiero que sufras tanto”.
Y se abre la Semana Mayor de Antequera: Al paso que representa la entrada de Jesús en Jerusalén -La Pollinica- se vienen a la memoria unas palabras del evangelio de San Mateo. Nadie mejor que el evangelista para describir la escena: “Acercándose a Jerusalén, despachó Jesús a dos discípulos con este encargo: Llegad a la aldea de enfrente y hallaréis una burra atada y su pollino junto a ella. Desatadlos y traédmelos. Si alguien os dijere algo respondedle: El Señor los necesita y luego los devolverá”.
Y así entre Jesús en Jerusalén.
Después de esa entrada triunfal, y tras haber cenado, dando a comer su cuerpo y a beber su sangre, el paso de la oración del huerto, oración del Hijo del Hombre que suda sangre y un ángel tiene que venir a consolarlo, hace que el pregonero le devuelva la palabra al poeta Gerardo Diego, para invocar otra vez a Santa María:
“Virgen ya de la agonía, tu Hijos es el que cruza ahí. Déjame hacer junto a ti ese augusto itinerario. Para ir al monte Calvario, cítame en Getsemaní”.
Y la Virgen de la Consolación y Esperanza, verde de esperanza joven, inicia su camino de soledad en esta Semana Mayor. Ahora al pregonero se le viene a la memoria los versos del final de un soneto del gran poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas:
¡Ay, déjame ir a ti como una ola. o igual que cae en el campo el agua clara, o como sigue en Mayo el aire al trigo! ¡Oh, tú, mi sola tú, mi sola, sola!”.
Pero de todo esto que está viendo -La Pollinica- el pregonero recordará algo que es cifra y símbolo de la Semana Santa de Antequera; algo que merece una salutación en verso: Los Hermanacos:
A LOS HERMANACOS Como llevan el trono los hermanacos. Son estatuas vivientes de Cristo Crucificado. Cirineos actuales, hombre de monte y campo. Como pesa la herencia sobre sus brazos. Llevan a Cristo como sus padres lo llevaron. Se alejan y entonan para guardar el paso. De no ser por vosotros, ¡hermanacos! Cristo quedaría quedo, sin salir a las calles, encerrado en el silencio de su tabernáculo. Mi admiración se crece ante vosotros, ¡hermanacos! De no ser por vosotros, qué soledad en las calles, qué negrura en los campos. Hermanacos: yo sé que iríais con vuestro Cristo encima a vegas y cerrados. Yo sé que vais alegres con vuestro Cristo en brazos. ¡Olé, cómo llevan el trono los hermanacos.!
Pero sigamos el itinerario: Abierta la Semana Mayor el Domingo de Ramos, al paso de la Cofradía de la Pollinica, continúa el lunes santo con la Cofradía del Cristo Verde que junto a la Virgen de la Vera Cruz es un símbolo, por su nombre, de nuestra esperanza cristiana, fundada en la cruz de la redención, junto al Señor de la Sangre, sangre roja derramada, hasta la ultima gota, por amor a los hombres. Verde y sangre que fundamenta nuestra esperanza y nuestro fuego y pasión de eternidad. Y el martes santo, el Rescate y la Piedad son un símbolo de penitencia, penitencia gracias a la cual por su piedad Cristo nos rescata de los poderes infernales, haciéndonos sus hermanos: hijos de Dios. Y el miércoles santo, el Mayor Dolor hace que el pregonero se meta otra vez a cantor y juglar para recitarle a la Virgen del Mayor Dolor un romance de admiración.
ROMANCE A LA VIRGEN DEL MAYOR DOLOR. No hay dolor como el tuyo, Virgen bella. Madre de amor hermoso y de dolor Dolor y amor son signos de tu estrella, dolorosa transida de pasión. Yo he entrevisto en tus ojos la sonrisa que profetiza la resurrección. No hay dolor como el tuyo, dolorosa, madre de amor hermoso y de dolor.
El jueves desde la recoleta plaza donde radica la iglesia de San Pedro, el Cristo de la Misericordia y la Virgen del Consuelo se dejan acompañar de la Magdalena. La Virgen, de rojo, es una viva estampa de amargura femenina de Madre. Las dos Marías, la madre de Jesús y María de Magdalena se funden en una mirada de dolor de amor. ¡Ay, que amargura, amargura, la amargura de esos ojos! Y, Jueves Santo todavía, la Cofradía de Servitas, de la iglesia de Belén, funde en su recorrido al Señor de la Columna, al precioso Nazareno caído y a la Virgen de los Dolores. El juglar recuerda, al paso de la Virgen, otros versos de Gerardo Diego:
“Que soledad sin colores. Oh, Madre mía, no llores. Como lloraba María. La llaman desde aquel día. La Virgen de los Dolores”.
Y el pregonero, metido a juglar, quiere también cantar la soledad dolorosa de la Virgen de Servitas, diciéndole a solas.
Qué soledad la tuya, sin consuelo, enlutada hasta el alma por la muerte de un Dios que se hace hombre. Reluciente esperanza del hombre bajo el cielo. Qué negrura en tu manto, qué desvelo por una humanidad que te presiente como madre de amor en el silente secreto del misterio que es consuelo. Todo un Dios muere por nuestros pecados, y porta sobre el pecho, palpitante, de nuestra humanidad los desatinos. Bajo tus labios tristes, sonrosados. bajo el sol de Antequera, agonizante, Tú eres la antorcha de nuestros caminos.
Viernes Santo: momento culminante de la Semana Mayor antequerana. El pregonero no quiere dirimir viejos pleitos. Sólo quiere fundir su admiración y su amor por la Cofradías de Arriba y de Abajo con un soneto que brotó de sus labios al encontrarse con las dos cofradías: la de Abajo y la de Arriba.
A LAS COFRADÍAS DE ABAJO Y DE ARRIBA. Vírgenes del Socorro y de la Paz, madres de Dios, que sois corredentoras de nuestras esperanzas pecadoras, y nos habláis de amor y eternidad. La Paz es la promesa que Dios dijo a los hombres de buena voluntad. Dadnos vuestro socorro y vuestra paz para imitar a aquel, mi Crucifijo. Cruz de Jerusalén, oh Dulce Nombre, escudo de Antequera, por tu amor, yo te brindo mi jarra de azucenas. Oh, cruz de eternidad, Dios hecho hombre, hecho carne mortal y de dolor, que maravilla, por ahogar mis penas.
Y viene el momento del encuentro. A lo lejos, resuena como un eco el grito de: ¡A la vega!.
¡Ay, cuesta del Portichuelo, con el grito de: ¡A la vega!, donde moros y cristianos se jugaban las estrellas! Plaza de San Sebastián, encuentro de Virgen bella. Oh, lágrimas de pasión cayendo sobre las cuestas; historia que se hace vida bajo el grito de: ¡A la vega! A la vega con la Virgen, ¡a la vega! Y el Nazareno portando nuestra humildad entera. A la vega con el Cristo, ¡a la vega! Bajo los arcos antiguos el corazón es promesa. Ante la Madre de Dios surge la esperanza entera. El niño Dios se hizo hombre de manos de esta doncella. Si no fuera por María no diríamos: ¡A la vega! El nazareno hace paso, su paso por la vereda. Quiere cargar con la cruz y morir sobre madera. La humanidad se endiosa por esas Vírgenes bellas, que de no ser por la Virgen, no brillarían las estrellas. ¡A la vega con la Virgen, a la vega! ¡A esa vega que se mece entre el Torcal y la Peña!
Las iglesias de Santo Domingo y de Jesús están ya cerradas. Para la Virgen de la Paz hay un piropo que es recuerdo:
“La Paz es la promesa que Dios hizo a los hombres de voluntad”
La Virgen del Socorro y el Cirineo abrazan la Cruz de Jerusalén. Al juglar y pregonero le brota del corazón, a solas, un poema:
La tierra antequerana se ha dormido al grito de: ¡a la vega! Enmudecen antorchas en sus calles y cirios en sus cuestas. Cuesta del Portichuelo, sembrada de oraciones, en la cera, del cirio derramado, balbuciente, que es lágrima de amor y de promesa. La Semana Mayor ha terminado. Ya es un eco ese grito de: ¡a la vega! que alentaba la fe de nuestros pasos, jadeantes al ritmo de esas cuestas, de Antequera moruna y hoy cristiana, ciudad de santo y seña. Ciudad de ángel que el omnipotente destinaba al principio, con su mano derecha, para velar la historia, para hacer la leyenda de una ciudad que luce la Semana de ese paso de Cristo por la tierra. Semana de Pasión, itinerario donde un Dios se recrea. Semana de perdones y esperanzas, de luna y sol surgiendo en las dehesas, donde se estrena el firmamento entero como palio en la noche de Antequera. La Semana Mayor ha terminado; queda la fe y la esperanza queda. El pregonero pide sus perdones por no estar a la altura de una tierra que fue escenario de su primer paso, del primer balbuceo, que se encierra en recuerdo de un alma enamorada de sol y monte y vega. El pregonero pide que soñéis, cuando estéis contemplando las estrellas, el sentido de un verso que ya es vida en su recuerdo de esta tierra vieja: ¡Antequera, que te meces entre el Torcal y la Peña!.
Por último, el pregonero quiere meditar un momento el simbolismo de esos Cristos y de esas Vírgenes que van a pasar por nuestras calles. Porque lo que va a pasar son escenas de la Pasión del Dios-Hombre que, encarnado, sufre y muere por nuestra salvación. Un bello pensamiento de San Agustín va a darnos la clave de lo que aquí decimos: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Por esto, una de las mejores respuestas a la eterna pregunta por el hombre es la que dio un filósofo-teólogo: el hombre es algo que Dios ha querido ser. Cristo nace y muere, siendo perfecto Dios, para ser perfectamente hombre. Y Cristo sufre. Verdad es que recibe nueva vida de la muerte, y que si vive, vive de tanto morir. Pero el pregonero no quiere dejar una nota de tristeza con este pensamiento sino poner una gota de esperanza pensando que Cristo resucitó. La resurrección de Cristo nos devuelve la alegría y aumenta nuestra fe: Sin la resurrección de Cristo, vana seria nuestra fe. A ese Cristo que va a resucitar es al que el pregonero pide que recéis una oración de paz y de justicia del poeta gaditano José María Pemán:
“¡Siempre rosas de olvido y perdones y urge de compasión y tolerancia labios y corazones! Danos la paz. Acerca a los hermanos. Abre acequias de amor en los secanos y pon el agua de la vida en ellas. ¡Tú que tienes el viento y las estrellas. Señor de los señores, en tus manos”.
Y al despedirse de Antequera y de su Semana Santa, el pregonero recuerda las plazas recoletas, las fuentes sonoras, la belleza antequerana, el arte de sus tronos, la hermosura de sus Cristos y Vírgenes, la poesía de su preciosa Semana Mayor. Y sueña con el Portichuelo que es como un símbolo de la Ciudad de Antequera. Por eso el juglar quiere decir adiós recordándolo en un soneto:
SONETO AL PORTICHUELO. Cuesta del Portichuelo, bajo estrellas. Vírgenes te coronan de pupilas. Y las mujeres de mejillas lilas hacen de Magdalenas de las bellas Estatuas de la Virgen. Epopeyas resurgen ante el paso que tú hilas, mujer antequerana que vigilas el latir de la Virgen. Las estrellas con una luna del Torcal serrano custodian en miríadas, ¡qué horizonte! el sol que surge iluminando el cielo. Y un ángel del Señor lleva en su mano la imagen de Antequera, vega y monte, sobre el marco sin fin del Portichuelo.
GRACIAS. |